Una vez más durante cincuenta días celebramos la fiesta central de nuestra fe, una vez más el vencedor de la muerte, Jesús resucitado, toca nuestra puerta y los cristianos católicos nos preparamos para celebrar, hacer memoria y renovar nuestra fe, pero no hay duda que siendo sensibles a lo que ocurre en nuestro país, surgen muchas preguntas en torno a ¿Cómo celebrar la Pascua? de modo tal que hagamos presente a Jesús en nuestro entorno; ¿Cómo celebrar al Dios de la vida en un ambiente de muerte?; ¿Cómo celebrar la esperanza en medio de tanta desesperanza?; ¿Cómo decirle al hermano que Dios le ama, cuando solo ha recibido desprecio y maltrato? Los tiempos que vivimos en Honduras son difíciles, ya no solo es la injusta diferencia económica, que siempre ha estado ahí, que siempre ha estado presente, sino que son tiempos de desavenencia y de desencuentro abierto y generalizado, de descalificación automática a quien piensa igual, diferente y de polarización extrema y dura; son tiempos en que pareciera que la política, bueno, la mala política, nos degrada y envilece cada día más, hemos perdido la noción y el valor de centrarnos en el bien común, hemos perdido la lucidez de lo que es justo, está imperando casi una guerra de unos pocos contra una gran mayoría.
En este contexto, nuevamente nos preguntamos, ¿Cómo vivir la Pascua y ser consecuentes? Esta interrogante nos obliga a volver la mirada al crucificado y resucitado, para andar su camino, regresar a Galilea, allí donde “todo empezó”, allí donde Jesús desgastó su vida, sanando, enseñando, en el mismo lugar donde despertó las ganas de vivir, porque creer en Cristo Resucitado debe impulsarnos a mirar el futuro con esperanza, esa que genera una nueva manera de vivir, de estar, de sentir sin importar las circunstancias que vivamos o las desigualdades a las que nos vemos sometidos. Lo más rebelde que hizo Jesús fue despertar la esperanza en aquel pueblo sometido, despreciado y olvidado; a ellos les anunció su proyecto, el proyecto de un mundo más humano, más justo, más respetuoso y solidario.
Pero este atrevimiento de despertar la esperanza fue considerado subversivo, no podía permitirse que alguien anuncie a un Dios cercano a los pobres, cercano a los que sufren; por eso, los poderosos se confabularon para llevar a Jesús a la cruz y acabar definitivamente con él. Lo extraordinario es que ya crucificado no pudieron acabar con él, porque Dios lo resucitó y desde entonces hay esperanza para todos, especialmente para los crucificados de mil maneras a lo largo de la historia de la humanidad. Por eso, lo crucial en este tiempo de Pascua es descubrir y experimentar que Jesús, crucificado y resucitado, nos invita a buscar caminos de encuentro, de diálogo, de respeto con el que piensa distinto; el resucitado nos convoca a hacer el camino de la justicia, a ponernos del lado de los sufrientes y abandonados, a anunciar el Reino de Dios y despertar la esperanza de un mundo distinto, la esperanza de mirar el futuro, aliviando el sufrimiento de los heridos y sufrientes del camino, de ponerse en marcha de no quedarse anclado o inmóvil.