Sin mucho rebusque de palabras, la traición marital, es un pecado contra el sacramento del Matrimonio, cosa santa instituida por Dios, por lo que, atentando contra él, se comete gran injuria contra el Creador, en base a esto y a lo expuesto por San Pablo en su carta a los Corintios, se insiste huir de este pecado, porque por orden divina se prohíbe todo género de fornicación y por el daño que este pecado provoca al cuerpo, pues con la fornicación las personas atentan contra su propia esencia, corrompiéndola.
Sin embargo, ante esas advertencias y el deseo de mantenerse fieles sabiendo que esa conducta es agradable a Dios, no todas las personas logran la templanza y con- tención ante las tentaciones. Pero, Dios en su infinita misericordia y sabiduría, perdona el pecado y les da a las parejas una segunda oportunidad, reconociendo que los matrimonios fracasan por múltiples razones, pero una de las más comunes y cuya superación es todo un reto, sucede al descubrir que uno de los miembros de la pareja ha “engañado” a la otra persona y se pone la palabra entre comillas porque la definición de infidelidad puede variar ampliamente entre las parejas.
Aunque la mayoría de las veces tiene que ver con actos sexuales con una persona distinta del cónyuge o pareja declarada, también hay parejas que se separan por el consumo secreto de pornografía por parte de uno de los cónyuges, una relación puramente emocional sin ningún contacto sexual, los amoríos virtuales o incluso el intercambio de miradas de deseo o el coqueteo con una persona distinta a la pareja; la mayoría de las infidelidades suceden debido a la insatisfacción con la relación marital, alimentadas por la tentación y la oportunidad. Uno de los cónyuges puede pasar horas interminables en el trabajo, las tareas del hogar, actividades en las redes sociales, de tal modo que descuida las necesidades emocionales y sexuales de su contraparte.
La infidelidad ha existido desde siempre, pero la buena noticia es que, dependiendo de lo que ocasionó que uno de los miembros de la pareja se apartara de su compromiso y cuán decidida está la pareja a seguir junta, la infidelidad no necesariamente acaba en divorcio. De hecho, muchos consejeros matrimoniales han descubierto que las parejas que deciden recuperarse de una infidelidad y reconstruirse suelen lograr una relación más fuerte, amorosa y mutuamente comprensiva que la que tenían previamente.
El apoyo familiar y comunitario es básico para que las personas que ha sufrido una traición sepan que no hay por qué avergonzarse de quedarse en el matrimonio. Eso no quiere decir que se están dejando pisotear, sino que están luchando para dar- le el mejor regalo que sus familias, al trabajar para superar el dolor que es enorme, pero tiene reme- dio, con excepción de los casos más graves como aquellos en los que hay abuso físico o adicciones. El divorcio suele crear más problemas de los que resuelve y con el beneficio de la buena asesoría, algunas parejas se “divorcian” de sus viejos matrimonios y comienzan uno nuevo con una relación más honesta y cariñosa.