En el segundo domingo de Adviento, el mensaje profético, siempre viejo y siempre nuevo, San Marcos comienza su Evangelio hablándonos del anuncio de san Juan Bautista. Él, es el mensajero del que nos habló el profeta Isaías, el que proclama en el desierto la venida del Salvador y el que ayuda al pueblo a prepararse para tal acontecimiento. Así es como, san Juan Bautista ofrece al pueblo un purificador Bautismo de arrepentimiento y conversión interior, para que todos los que lo deseen puedan vivir el Reino de Dios, despojándose de esos valores efímeros y egoístas, a los que a veces damos una importancia excesiva y a realizar un cambio de mentalidad, de tal forma que los valores fundamentales que dirigen nuestra vida, sean los valores del “Reino de Dios”; un reino de justicia y de paz sin fin, de donde estarán definitivamente desterra- das las divisiones y los conflictos.
“Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo” de este modo, Juan Bautista anuncia que la realización de ese Reino, está muy próxima, pero que para que el “Reino” se haga una realidad viva en el mundo es urgente cambiar la mentalidad, los valores y las actitudes, a fin de que en nuestras vidas haya lugar para esa propuesta que está por llegar. “Aquel que viene”, Jesús, va a proponer a los hombres un Bautismo “con Espíritu Santo y fuego” que les transformará en “hijos de Dios” capaces de dar testimonio de unión, de amor, acogiendo y ayudando a los hermanos más débiles haciendo visible el rostro de Cristo en medio de los hombres.
De ahí que, quienes formamos parte de la comunidad católica de Honduras, como rostro visible de Cristo en el mundo, debemos procurar que nuestro entorno sea un lugar del amor, en donde se fomente el compartir fraterno, la armonía y el espíritu de acogida y desterrar la división, la critica los unos a los otros por la espalda, las actitudes agresivas que marginan a los más débiles, la discriminación de aquellos que no entran en el “esquema” y las manifestaciones de dominación, de superioridad que no buscan otra cosa que el poder infecundo. Pero esa conversión a la armonía, al compartir con los más pobres, al amor fraterno, a la entrega de la vida, es algo exigente, que no puede ser realizado contando únicamente con la buena voluntad, sino que es algo que sólo puede ser hecho con la fuerza y con la ayuda de Dios.
Y al igual que Juan Bautista quería que sus oyentes renunciaran al pecado, que fueran lavados de sus impurezas pasadas y que estuvieran en estado de gracia cuando Jesús apareciera, del mismo modo ahora, si deseamos estar bien preparados para la solemne fiesta de Navidad, debemos ser prudentes, renunciar a nuestros propios pecados, confesarlos en el sacramento de la reconciliación, hacer buenas obras, y estar en el estado de gracia cuando Jesús venga hoy y en nuestro último día.