Cuando escuchamos la palabra “Padre” o “Papá” ¿Qué se nos viene a la mente? Usualmente pensamos en aquel que fue o es nuestro padre, aunque algunos probablemente no lo tuvieron, o no tuvieron motivos para amarlo. Porque sabemos que hay muchas heridas en relación con la paternidad en países como el nuestro. Pero es posible también que a muchos nos traiga el recuerdo de esa oración que empieza por las palabras: “Padre Nuestro…” que leemos en Mateo 6, 9; porque Dios es, en efecto nuestro Padre.
Es el padre de todos los hijos y el padre de los todos los padres de la tierra, porque Él, los ha creado a todos. Él que es quien los ha creado, ha encargado el cuidado de esos hijos suyos a los padres para que cuiden de ellos en su nombre, así como encargó a José, el esposo de la Virgen María, que cuidará de su Hijo Unigénito y de su madre.
Tal como José fue el padre putativo de Jesús, todos los que han sido, o son padres y todos los que lo serán más adelante, son en rigor los padres putativos de sus hijos, aunque esos hijos lleven su sangre y sus genes. Para un niño desde su pequeña perspectiva, el padre representa a Dios pues su padre lo protege, lo alimenta, le da cariño, se anticipa para proveer lo que necesita, en síntesis, su padre todo lo puede.
Son muy pocos los papás que saben o reconocen que su relación con sus hijos determina la actitud que más tarde sus hijos tendrán ante la vida y el mundo exterior; esto es tan cierto que la relación que muchas personas adultas tienen con Dios, es reflejo de la relación que tuvieron con su padre; si la relación con su padre fue buena es muy probable que su relación con Dios también lo sea. En nuestro país, existe una herida profunda que se extiende a lo largo de las generaciones de hondureños dejando una marca indeleble en el carácter de la gente, esa herida es el abandono del padre que muchos hijos e hijas han sufrido.
Gran parte de la inseguridad que demuestran, gran parte de sus complejos de inferioridad y baja autoestima tienen su origen en: la falta de amor paterno en la infancia. Porque, aunque tuvieran el amor de su mamá, ella les transmitió, junto con su cariño, su sensación interna de inseguridad, sus temores de mujer sola. A los varones que son tímidos para expresar su amor a sus hijos, posiblemente porque sus padres fueron también reservados con ellos en ese campo, los invitamos a romper ese círculo repetitivo de patrón errado de conducta, haciendo un esfuerzo consciente de parte de cada uno; abrácenlos mañana y tarde y cuando se despiden, quizá al comienzo sus hijos e hijas se sorprenderán un poco, pero se sentirán mejor. El amor del padre da seguridad, confianza en sí mismos y aplomo ante el mundo, su carencia hace hijos inseguros, desconfiados, temerosos y aunque todos fallamos algunas veces como padres, los que aman a sus hijos de una manera desinteresada, fallan con menos frecuencia.