La Navidad y en particular el Amor de Dios muchas veces se presentan como una contradicción divina que rompe nuestros esquemas mentales; en donde, lo más, se hace menos y lo más pequeño en realidad es lo más grande; es la sorpresa de un Dios niño, de un Dios pobre, de un Dios débil, de un Dios que abandona su grandeza para acercarse a cada uno de nosotros. Este “Dios débil” se hace presente en el misterio de la Navidad, para irrumpir con toda su omnipotencia en la historia humana, pero no para imponerse por la fuerza, sino para transformar, una transformación tiene una dimensión personal, pero también una dimensión social que involucra la justicia, la igualdad y una sociedad más justa, en la que se garantice que cada persona pueda desarrollar su máximo potencial, bajo los principios de dignidad humana y de solidaridad.
El clima de tensión política en el que se desarrolla la infancia y la vida pública de Jesús, en los cuales los gobernantes locales y lejanos les imponían fuertes impuestos sobre lo que la gente común cultivaba y poseía y que solo se utilizaban para aumentar la riqueza de los gobernantes, creaba un clima de inconformidad, una atmósfera de agitación y descontento social.
En medio de esa agitación, el primer elemento que nos deslumbra desde la gruta de Belén, sin lugar a dudas, es el amor que Dios ha dado a los hombres; ese amor que da sentido a la existencia del hombre y lo abre al dinamismo del encuentro con las demás personas, porque él es el fundamento del “bien” y de la “solidaridad” que son dos principios fundamentales de la Iglesia. La Navidad nos invita a vivir estos valores sociales, que también se traducen en el servicio, la capacidad de acoger a los demás, ser testimonio de coherencia, alegría y humildad, transmitir la fe, ser solidarios con quienes tenemos más cerca y con quienes más nos necesitan; es el poder que reconcilia a los enemigos, transforma el mal en bien.
Del amor nos viene la inclinación natural hacia el bien común, que es propio de la vida en sociedad y del que depende la paz, la justicia y las condiciones sociales acordes a la dignidad humana. Cuando llega la Navidad todos sentimos una emoción especial que nos hace pensar en estas cosas y ahí, escondido, está el concepto de Justicia. ¿Será la navidad igual para todos? ¿Tendrá cada uno lo que necesita? ¿Le darán a cada uno lo que merece? y tristemente ya sabemos la respuesta.
Nuestro deseo para esta Navidad, es que los hondureños logremos elegir gobernantes que fortalezcan el Estado Social de Derecho, que promuevan políticas redistributivas que generen mayores niveles de igualdad y que avancen decididamente en la construcción de la paz y la profundización de la democracia. Que seamos una sociedad más solidaria, capaz de indignarse y movilizarse ante el padecimiento de los más vulnerables, dispuesta a tramitar pacíficamente los conflictos, perdonar y reconciliarse. ¡Feliz Navidad!