Editorial |Nuestra voz | Cuando la Limosna va más allá de unas monedas y unas libras de alimentos

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Al adentrarnos en el tiempo litúrgico de Cuaresma, es decir, en los 40 días previos a vivir la pasión y posterior resurrección de Jesucristo, la Iglesia pide a los católicos observar este tiempo de penitencia, fundamentada en tres grandes pilares: «el ayuno, la oración y la limosna». El ayuno como una forma de superar nuestras debilidades para lograr que estas se conviertan en fortalezas, para ser más humildes, menos orgullosos, menos egoístas y para preocuparnos más por las necesidades de los demás; sin olvidar en el camino, que Dios nuestro amoroso Padre Celestial, quiere que nos comuniquemos con Él por medio de la oración diaria, para que nos ayude a recordar que somos hijos de Dios y que nuestra vida en la tierra tiene un propósito que va más allá de lo terrenal y humano.

En lo que concierne a la limosna esta fluye de la oración y del ayuno y cuando nos abrimos a los demás y reflexionamos sobre las necesidades del mundo, entonces descubrimos cómo Dios nos llama a satisfacer esas necesidades al compartir lo que tenemos, porque al dar limosna compartimos con el Cristo sufriente que descubrimos detrás del rostro de niños, golpeados por la pobreza, en las caras de los niños vagos del campo y las ciudades fruto de la pobreza y desorganización moral familiar; en los rostros de jóvenes, desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad por falta de oportunidades de capacitación y ocupación; rostros de indígenas que viviendo marginados y en situaciones inhumanas, pueden ser considerados los más pobres entre los pobres.

De ahí, que se nos invita a que la limosna vaya más allá de unas cuantas monedas que damos a un pobre mendigo en la esquina; se debe materializar prestando ayuda a quien necesita, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que nos lo pide, compartir alegrías, repartir sonrisa, ofrecer nuestro perdón a quien nos ha ofendido, porque la limosna, bien entendida es esa disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos.

Significa la actitud de apertura, de entrega y caridad hacia el otro. Recordemos aquí lo que escribe san Pablo a los Corintios en el capítulo 13, versículo 3: “Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve” y si además recordamos a san Agustín, descubrimos la trascendencia de la limosna que es agradable a Dios muy elocuente, El escribe: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”.

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