Editorial: Nuestra voz | Aumento de niños en mendicidad

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La crisis económica provocada por el brote del COVID-19 está obligando a familias enteras a buscar alguna forma de generar ingresos, sin olvidar el cierre de los establecimientos educativos y la desigualdad de oportunidades para recibir las clases de manera virtual. Para nadie es un secreto ver en los semáforos personas que piden dinero, venden algo, limpian vidrios o hacen algún acto de malabarismo para pedir “pisto” y dentro de esos grupos vemos la presencia descontrolada de menores de edad en la calle, esquivando carros buscando provocar lastima o compasión entre los conductores y peatones.

Ver asomar una carita sucia en la ventana pidiendo dinero, crea en muchos de nosotros un dilema moral, un conflicto de conciencia de tal modo que la pregunta que nos hacemos es ¿Le doy dinero o no le doy? La respuesta no es tan fácil de dar, porque si somos cristianos católicos y obedecemos el catecismo de nuestra Iglesia este dice que la limosna es “Un testimonio de caridad fraterna” y “Una práctica de justicia que agrada a Dios” (N. 2462).

Dar limosna es compartir con el “Cristo sufriente” presente en nuestros hermanos más necesitados; todos queremos ser “buenos samaritanos”; al ver a nuestro hermano o hermana sufriendo, queremos solidarizarnos con su dolor compartiendo nuestras tortillas y lo que tenemos. Pero muchos piensan que, al dar dinero a estos niños en estado de calamidad, de manera directa se contribuye a fomentar la vagancia, la ociosidad y por ende la mendicidad; pues eliminamos de manera artificial el apremio que la vida le impone al mendigo a través de las necesidades básicas para que se mueva y enfrente las adversidades de su vida perpetuando la situación de mendicidad en la que cayó.

Pero como olvidar y favorecer la trágica realidad de estos niños que tienen a sus espaldas papás abusivos o personas que operan bajo una estrategia de “explotación y mercadotecnia” que crean todo un ambiente de tal forma que una mujer o un hombre con niños en brazos mueven más los sentimientos a efecto de poder aumentar y captar los regalos y limosnas; infantes que son obligados a ganarse el sustento sin importar las condiciones climáticas, pues los mantienen al sol y al agua, expuestos a contraer enfermedades.

Son niños que sufren muchas privaciones que se relacionan entre sí y se refuerzan mutuamente tales como la insalubridad de la vivienda, la falta de alimentos nutritivos y el limitado acceso a la atención de salud, que les impiden vivir de manera digna. Estos niños viven en un círculo vicioso de impotencia, estigmatización, discriminación, exclusión y privación material. Así es que, si damos dinero o no a quien se nos acerca, es un acto de libre albedrío y las motivaciones para sacar un lempira del bolsillo y darlo son tan personales y variadas que no podemos juzgar a nadie. Pero el Gobierno de Honduras no puede soslayar sus responsabilidades con la infancia como parte de sus acciones cotidianas y no únicamente como un tema de asistencia social o protección especial, debe poner un alto al incremento de niños en la calle ¡ya!

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