Editorial: Nuestra voz |A propósito de una extradición

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La solicitud de extradición oficializada el 14 de febrero 2022, del expresidente de Honduras, no fue una sorpresa para nadie, pues fue mencionado y nombrado como co-conspirador en tres juicios en Nueva York, uno de los cuales implicaba a su hermano menor, el exdiputado «Tony» Hernández, quien fue hallado culpable y condenado a cadena perpetua más 30 años de cárcel por tráfico de drogas y otros cargos.

Aun cuando el expresidente no ha sido declarado culpable por un juez y aún hay mucho camino por recorrer, su captura y posteriores acontecimientos han puesto de manifiesto que el ejercicio del poder exige ser coherente entre lo que se dice, se hace y se piensa. Durante su mandato permitió la infiltración de la corrupción y la aparición del lado oscuro de la política y aunque no se han comprobado todos los delitos que se le imputan, es fundamental hacer un análisis y un examen de conciencia, ya que esas manifestaciones de abuso no son solo de índole personal, sino que salpica a todos los hondureños, pues quiérase o no en este entramado no se puede ser simples observadores; porque lo acontecido es un indicio que un mal endémico se ha salido de control y ha sido necesario que un gobierno extranjero decida enmendar el entuerto y comenzar a poner orden en la casa.

En países como Honduras, la corrupción campea y no siempre es reconocida como tal, a la corrupción se le da colores gris, blanca e incluso el pueblo en su vida diaria vive la cultura de la corrupción, casi sin darse cuenta y justifica algunas conductas que le han sido heredadas y que actualiza en su vida cada día; de ahí, que se vea común que una persona utilice sus influencias o su puesto para ayudar a los familiares y amigos a conseguir un trabajo, evitar un trámite, evadir una multa o conseguir un contrato sin sentirse culpable por ello; porque existen en su grupo social, cultural y familiar expectativas que orientan su actuar, que relega a segundo plano los deberes administrativos o legales, sobre todo en aquellos casos en los que no hay una clara definición para separar lo que es legal de lo ilegal o cuando se tiene la percepción de que no se recibe ningún castigo ante tales conductas.

Es probable que muchos no sientan que son iguales o peores que aquel al que han pedido en extradición, pero no hay que olvidar ni perder de vista que, un comerciante que adultera un producto, un empleado que trabaja por una cantidad y abandona la obra o el trabajo temprano, o sale cuando el jefe no está, el estudiante que “chepea” en clases, aquel que paga para que le hagan una tesis que luego firma como suya o aquel, que se lleva las mascarillas, el papel higiénico o las hojas de papel, manifiesta las mismas conductas que reprochamos en los políticos de turno sin comprender que ellos no hacen más que manifestar en superlativo las conductas que en muchos ámbitos son normales o no tan graves. ¡Cuán bendecida es la persona que no vende su integridad por ningún precio!

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