EDITORIAL | Nadie da lo que no tiene

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“El concepto de Teología Pastoral ha experimentado una evolución en el siglo XX, como consecuencia de cambios notables en la comprensión de sus contenidos y finalidades. Cabría señalar que esa evolución y cambios han tenido lugar en paralelo con los itinerarios de la teología, la vida de la Iglesia y la manera de captar la relación entre la Iglesia y el mundo. Puede decirse que la disciplina se ha hecho camino en su esfuerzo por librarse de dos obstáculos que afectan, respectivamente, a su posición en el conjunto de las disciplinas teológicas y a los interesados en cultivar esa disciplina. Nos referimos, en primer lugar, a la idea de que la Teología pastoral sería un puro corolario práctico de la Teología sistemática; en segundo lugar, a la actitud de quienes pensaron que incumbía solamente a los pastores”. (Ramiro Pellitero: www.clerus.org).

De ahí, que ahora, se hable de “conversión pastoral” que implica la conciencia de que «el Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo; por tanto, a la hora de reflexionar, pensar, evaluar, discernir, debemos estar muy conscientes de esta unción, sin olvidar que la conversión pastoral parte de la conversión personal, pues solo un corazón encendido y ardiendo de amor por el Señor es capaz de amar a los demás, de salir al encuentro de las realidades cambiantes físicas y espirituales, del que sufre nuevos dolores y de los rostros marginados donde Cristo está doblemente presente.

Si el creyente no asume un verdadero y autentico cambio de mentalidad, una renovación y restauración de su corazón y la auténtica armonía de la vida interior, es mucho más difícil responder a los desafíos, porque sin la conversión personal, no se puede dar a Cristo a los demás, como dice la sabiduría popular “Nadie da lo que no tiene” y si no se tiene a Jesús todos los planes quedan vacíos, estériles e inútiles.

Se necesita una nueva manera de hacer las cosas, un nuevo paradigma pastoral en donde absolutamente nadie se quede sin servir, avanzando hacia una conversión sinodal, en donde realmente se pueda decir: Todos juntos para la misión.

La sinodalidad es un camino de discernimiento en común, a la escucha del Espíritu como una llamada a la conversión personal, comunitaria y eclesial; un camino de conversión espiritual y pastoral. Por ello, la sinodalidad supone y exige actitudes espirituales para su puesta en práctica, que podría resumirse en una espiritualidad del «nosotros eclesial» que tiene como objetivo la construcción de un pueblo, una comunidad eclesial fraterna y misionera al servicio del bien común de la sociedad.

Siendo el Espíritu Santo el verdadero protagonista de este camino, es Él quien abre a la escucha a las personas y a las comunidades; es Él, quien hace auténtico y fecundo el diálogo; Es Él, sobre todo, quien crea armonía, nos lo recuerda el Papa Francisco y ante el aparente “desorden” creado por este camino al que la Iglesia está llamada en estos tiempos, nos recuerda la condición de los apóstoles en la mañana de Pentecostés, cuando “era peor, era un desorden total”.

FRASE
Se necesita una nueva manera de hacer las cosas, un nuevo paradigma pastoral en donde absolutamente nadie se quede sin servir, avanzando hacia una conversión sinodal

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