Dolores y esperanzas

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Esta semana he tenido la gracia de participar en la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe por una petición explícita de parte de los señores obispos de la Conferencia Episcopal de Honduras. Esta deferencia para conmigo, la agradezco profundamente porque me ha permitido, una vez más, como una gracia inmerecida, entrar en contacto con hermanos de todo el continente que, al ir compartiendo su experiencia de fe, han fortalecido y renovado la mía.

En mi grupo de discernimiento para el caso, nos encontrábamos hermanos del Brasil, Argentina, Perú, Colombia, México, Italia y este servidor. Más allá, de las discusiones, de los aportes y de las diferencias que puedan existir entre nosotros, he disfrutado la posibilidad de discrepar sin sentirme por eso fuera del mismo grupo y, muy al contrario, hemos sabido acuerparnos los unos a los otros, para encontrar consensos.

Esta Asamblea, es sin duda un momento en el que, por la acción del Espíritu Santo, lograremos muchos frutos que ojalá desemboquen en una acción pastoral renovada para todo el continente. Sin embargo, después de haber pasado estos días junto a un poco más de 1,000 asambleístas, no dejé de lamentar lo lejos que estamos a nivel nacional de espacios de diálogo respetuoso y constructivo, producto de la división a la que nos han sometido los políticos de turno y aquellos que tras bambalinas no quieren soltar y dejar, lo que ellos llaman influencia, cuando en el fondo es autopreservación, juntarnos para discutir, para compartir, para disentir sería un grandísimo comienzo. El que pudiésemos mantenernos unidos, a pesar de nuestras diferencias, es una gracia que no debemos dejar de anhelar. Pero, sobre todo, nuestro mayor sueño debería ser que pudiésemos trabajar juntos. Las elecciones que celebraremos este domingo ojalá nos lleven a comprender la necesidad de encontrarnos, de ser hermanos.

Necesitamos que las elecciones nos unan, no que nos separen todavía más. Por eso es que la participación de la mayoría es indispensable. No una participación que concluya cuando desaparezca la tinta del dedo que nos marquen después de votar. Más importante que el domingo de las elecciones es lo que pueda ocurrir el lunes. Si el ejercicio de la participación ciudadana de este domingo no desemboca en una mayor madurez cuando se sabe perder y una sabiduría adulta que supere toda clase de triunfalismos que anulen el diálogo, de entrada, entonces habremos perdido la oportunidad que se nos presenta de superar esta crisis. Por fe, quiero creer que lo que vamos a vivir este domingo, no nos llevará a mayores rupturas, sino al reconocimiento que seguir por caminos que no se funden en la justicia y la verdad, es una lucha inútil.

Le hemos permitido a los que solo piensan en sus intereses mezquinos que nos orillasen a enemistarnos. Es tiempo que como decía la Palabra esta semana: “Levanten la cabeza, se acerca su liberación”. Que este sea un adviento no solo litúrgico sino también social.

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