Dios nos da la fortaleza para aceptar la pérdida de un ser querido

A menudo, la tristeza, el vacío y el dolor parecen insuperables. Sin embargo, en medio de este sufrimiento, podemos encontrar fortaleza y consuelo en Dios

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La pérdida de un ser querido es una de las pruebas más desafiantes que enfrentamos como seres humanos. El dolor puede sentirse abrumador y el vacío incalmable. Sin embargo, en medio de este sufrimiento, muchas personas encuentran en su fe una fuente vital de fortaleza y consuelo. Superar una pérdida es aceptar el duelo. Es fundamental permitirnos sentir el dolor y la tristeza sin apresurarnos a “superarlo”. Sentirse tristes por la partida de una persona a la que amamos, es una respuesta natural y única para cada persona, y es esencial ser compasivo con nosotros mismos mientras navegamos por esta vida.

El Padre Bairon Cárcamo, Ad- ministrador Parroquial de la comunidad San José de Cedros, Francisco Morazán, nos habla sobre el duelo y la tristeza que sentimos al momento de vivir la pérdida de un ser querido al decir que “Durante este proceso es normal sentir tristeza, dolor y vacíos existenciales, porque es una separación física exterior e interior desde el corazón; es normal pasar por esto, lo que nos invita a acompañarlo con la ayuda de Dios, asistiendo a Eucaristía, todo esto, con una dirección espiritual. Sentirse acompañado por el resto de la familia, ayuda a supera este dolor”.

Testimonio

Marilú Barrientos, feligrés de la Parroquia Sagrada Familia y también miembro del Camino Neocatecumenal, comparte su historia y lo que ella ha vivido al momento de perder a sus padres. “A la edad de 12 años perdí a mi mamá a causa de un cáncer donde vi el sufrimiento que vivió día tras día. Fue un momento duro donde empecé a cuestionar ¿Dónde está ese Dios bueno? El perder un ser querido sin conocer de una palabra, puede ser un momento duro ya que uno no logra entender el por qué sucedió la perdida de esa persona”.

Barrientos agrega que “dentro de la Iglesia, cuando ingresé al Camino Neocatecumenal, entendí que lo que hace Dios es perfecto; por medio de la Palabra comprendí que existe la Vida Eterna. Al pasar del tiempo mi padre falleció. Recuerdo el dolor que sentí, pero como ya conocía más a Jesús, Él vino en mi auxilio; En medio del dolor sentí fortaleza misma que siempre se renueva, confiando en que algún día nos volveremos a reunir en la Jerusalén Celeste”.

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