Dios siempre es más y nos da más de lo que nosotros esperamos. Este podría ser un resumen de las lecturas de hoy. Hablamos de Dios en clave de fe, es misma que los discípulos piden al Señor Jesús, que les aumente. Las dos aparentes correcciones que Jesús les hace en su respuesta iluminan el profundo significado y dimensión de lo que supone el conocimiento de Dios por el don de la fe. Por un lado, el ser humano se constituye por esa esperanza de trascendencia, en la que se sitúa la fe. Por otro, la fe nos dispone a la inmensa riqueza de amor que Dios nos quiere dar y que supera con mucho nuestras esperanzas racionales. En otras palabras: hacemos bien en aspirar a una realidad más alta, pero no reduzcamos nuestros deseos a lo que conocemos, sino a lo que Dios tiene reservado para nosotros, que supera nuestros criterios.
En la primera lectura el profeta aguarda justicia y pide respuesta. El silencio de Dios, que a veces nos desespera, no es más que un tiempo de preparación para una respuesta que supera nuestra inteligencia humana, iluminando de manera más amplia y profunda la historia y sus contradicciones. Muchas veces pedimos a Dios que nuestras dificultades sean resueltas Y hacemos bien en pedir, pero ¿y si esos problemas nuestros son parte de un plan más grande que Dios tiene? No siempre es tan sencilla la respuesta, por lo que solo la paciencia y la espera confiada pueden alcanzarnos una adecuada comprensión. Nos toca “hacer lo que teníamos que hacer”, porque, para Dios, no somos unos inútiles, sino hijos que le sirven con alegría. El término “siervos inútiles” solo hace referencia a que, sin duda, Dios podría actuar sin nosotros. Pero por eso mismo, qué hermoso que, sin ser nosotros necesarios, Dios nos hace capaces de ser útiles a su plan de salvación.
Hablando del don de la fe, éste nos es dado y se fortalece en los sacramentos, como nos recuerda la carta de Pablo a Timoteo. En ella se nos dice que la “tradición de la fe”, habita en nosotros “por la fuerza del Espíritu Santo”. Permítanme un comentario a esta importante afirmación de la carta a Timoteo. Primero, que la fe, cuando se transmite a otras personas, va conformando un depósito que llamamos “tradición eclesial”. Éste mismo “habita en nosotros”, es decir, la fe no existe sin un alma dócil que la reciba y una comunidad que la transmita. Esto significa que la fe, maravilloso don de Dios, debía ser custodiada por la Iglesia desde los inicios, con fidelidad al mismo Espíritu que la inicia, la acompaña y la renueva en cada generación. La tradición de la Iglesia es pues una presencia viva e iluminadora del Espíritu Santo en la comunidad cristiana, como lo es también la Palabra de Dios que custodiamos y proclamamos con fe.
Hemos venido a Misa sin duda trayendo cansancios, pero también esperanzas. Pasemos al altar, encontraremos más de lo que esperamos. Por la fe, recibiremos de Jesucristo más de lo que nadie nos puede dar.