Fray Hjalmar Cálix dejó atrás su carrera empresarial, casa y comodidades para seguir un llamado que sintió desde niño.

Nació en La Paz, en una familia humilde y profundamente católica. “Mis padres, aunque no terminaron la escuela, fueron grandes maestros de fe”, recuerda. Creció viendo a su madre rezar y a su padre trabajar sin descanso. Estudió en la escuela parroquial mercedaria, donde el sacerdote Jesús Martínez Landín le dijo proféticamente a los ocho años: “Tú serás sacerdote”.

De joven soñó con ser médico, luego con estudiar comunicación, hasta que finalmente se inclinó por la administración de empresas. “Me atrajo el ejemplo de mis padres, siempre trabajadores y emprendedores”, cuenta. Fundó junto a sus hermanos una compañía constructora que prosperó rápidamente. Durante dieciséis años, su vida se definió por contratos, proyectos y crecimiento económico. Sin embargo, dentro de él persistía un vacío. “Tenía todo, pero sentía que algo me faltaba”, confiesa.

Pruebas

El Señor comenzó a tocar su corazón a través del sufrimiento. Primero, la enfermedad de su madre, una mujer fuerte que enfrentó diabetes, cirrosis y cáncer de hígado. En medio de aquel proceso familiar llegó el golpe más devastador: el secuestro y asesinato de su única hermana, ordenado desde una cárcel. “Fue un Viernes Santo cuando nos confirmaron la noticia. Su cuerpo fue hallado en un basurero público. Tuvimos que cancelar la Misa por las bodas de oro de mis padres. Yo pensé que mi madre moriría de la impresión, pero resistió”.

Su madre, que siempre visitaba cárceles llevando comida a los privados de libertad, fue víctima indirecta de la maldad que ella misma buscaba aliviar con amor. Esa contradicción marcó a Fray Hjalmar. “El dolor no me alejó de Dios; me aferré más a Él. Aprendí que cuando uno no entiende lo que vive, debe confiar en el plan de Dios”.

Durante meses, oró pidiendo claridad. “Le decía al Señor: ayúdame a descubrir tu voluntad, porque no la conozco. Si lo que Tú quieres para mí no lo he considerado, ayúdame a asumirlo”. Dos años después de la muerte de su madre, una mañana cualquiera, sintió una certeza que no pudo ignorar. Entró a la oficina de su hermano y, sin planearlo, dijo: “Me voy al seminario”.

Su familia quedó en silencio. Su hermano lloró al escuchar la noticia: “No sabes lo duro que es esto, pero te apoyaremos”, le dijo. Luego, al contarle a su padre, recibió un gesto que lo marcó para siempre. “Mi papá se cubrió el rostro y lloró como un niño. Me dijo: ‘Dios se llevó a tu madre, a tu hermana, y ahora te lleva a ti. Me quedo solo’. Sentí que se me partía el alma. Pero le respondí: ‘Papá, la Virgen y Dios no lo dejarán solo’”.

“Desde una prisión vino la orden de asesinar a mi hermana, y ahora, desde las cárceles, Dios me pide sanar con misericordia lo que el mal quiso destruir”

Fray Hjalmar Cálix
Párroco Sagrada Familia

Con lágrimas, empacó su vida. Dejó las llaves del vehículo, la empresa y los bienes. “Me arrodillé y le dije al Señor: hoy confirmo que me voy al seminario. Mi papá queda en tus manos”. A los 39 años ingresó a la Orden de la Merced, la misma que había conocido de niño.

Misión

En el seminario, sus compañeros lo llamaban “el abuelo”. “Ellos tenían 20 años; yo casi el doble”, dice entre risas. Pero aquella diferencia no fue obstáculo, sino testimonio. “Dios no llama a los capacitados, sino que capacita a los que llama”.

Renunció a toda independencia económica y aprendió a vivir de la providencia. Hoy, como sacerdote mercedario, trabaja con privados de libertad en las cárceles del país.

Su vida es una parábola de redención: el empresario que se convirtió en fraile, el hermano que perdió una hermana a manos del crimen y ahora evangeliza entre los muros del encierro. “No dejé una empresa por fracaso; la dejé por plenitud. Porque solo Dios puede llenar los vacíos que el éxito no alcanza”.

CONOZCA A FRAY HJALMAR CÁLIX 
Fray Hjalmar Cálix es originario de La Paz, Honduras. De profesión administrador de empresas, dirigió durante 16 años una exitosa compañía constructora antes de ingresar al seminario mercedario a los 39 años. Su vocación tardía inspira por su valentía para dejarlo todo y responder al llamado de Dios. Hoy es sacerdote de la Orden de la Merced, con una misión pastoral centrada en los privados de libertad. Su vida demuestra que nunca es tarde para empezar de nuevo, que la fe puede nacer del dolor y que el amor de Cristo puede convertir incluso las heridas más profundas en fuente de esperanza.

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