Una vocación no es un sueño, ni un capricho pasajero. Es la respuesta a un amor, una exigencia que arde en el interior y que tiene que realizarse. En la historia vocacional de esta semana, conoceremos la vida de una mujer sencilla, llena de aspiraciones y metas, quien tenía claro que quería seguir su camino de configuración con Dios a través de la misión y el acompañamiento espiritual. Ella es la hermana Gladys Medina Iría.
Familia
Es originaria del municipio de Reitoca, Francisco Morazán. Es la mayor de siete hermanos, la única que optó por la vida religiosa. Durante su niñez, recuerda que fue una jovencita inquieta y muy cercana a la Iglesia. Sus padres le inculcaron la fe y desde muy pequeña decía que cuando estuviera mayor, ella sería una monja. Estos pensamientos cambiaron cuando llegó la adolescencia, porque como cualquier joven, vivió la etapa del enamoramiento aunque por las reglas de su hogar, no tuvo la oportunidad de tener un noviazgo. Su objetivo lo tenía claro, o se casaba o se hacía religiosa. Para ella, no existían las medias tintas.
Vocación
El testimonio de una religiosa, fue clave para motivar a Gladys a dejarlo todo y seguir al Señor. Hubo miedos e incertidumbres, pero al momento de tomar una decisión, se mantuvo firme en lo que quería. “Mis padres siempre me decían: cuando tengas 18 años, verás las cosas de una forma más madura y vas a poder decidir”. Este pensamiento le daba esperanza, ya que por el ambiente que se vivía en su hogar en aquel tiempo, no tenía permitida muchas cosas antes de esa edad.
Comunidad
Al llegar a sus 18 años, la inquietud de la Hermana Gladys Medina estaba más fuerte. Habían pasado tres años desde su deseo de servir a través de la vida consagrada. Decidió hacer una experiencia para conocer cómo era vivir en fraternidad. Esta vivencia le encantó y se sentía como encomendado, que pasa por el aspirantado, postulantado y noviciado. Uno de los días más felices de su vida, fue cuando realizó su primera consagración al Señor. “En este camino de más purificación en su consagración, uno va encontrando muchas dificultades, pero ese sí que le da al Señor es lo que le mantiene uno en pie” aseveró. “Un pez en el agua”.
Siguió todo el proceso formativo para luego asumir el mandato que le habían Misión A la etapa posterior a los votos temporales, se le conoce como el juniorado y tiene una duración de aproximadamente seis años. Su primer año lo vivió en la Casa Central en la Aldea de Suyapa y posteriormente fue enviada a la Parroquia La Exaltación de la Santa Cruz, a los sectores de Baracoa y Monterrey, en Cortés, Diócesis de San Pedro Sula, para realizar allí su misión.
Allí le tocó atender especialmente a la Pastoral Juvenil. Recibe sus votos perpetuos y es enviada nuevamente a la Casa Central, para encargarse de la formación de las aspirantes. Entre sus pasatiempos favoritos, en medio de la misión, es pasar en el campo, insertarse en la comunidad para compartir con las familias. “Me apasiona de verdad, sobre todo llevar la Buena Noticia del Señor, preparar la formación y el acompañamiento que se da a las familias” dijo.