Un hombre que tenía un grave problema de miopía se consideraba un experto en evaluación de arte. Un día visitó un museo con algunos amigos. Se le olvidaron los lentes en su casa y no podía ver los cuadros con claridad, pero eso no lo detuvo de ventilar sus fuertes opiniones. Tan pronto entraron a la galería, comenzó a criticar las diferentes pinturas. Al detenerse ante lo que pensaba era un retrato de cuerpo entero, empezó a criticarlo. Con aire de superioridad dijo: “el marco es completamente inadecuado para el cuadro. El hombre está vestido en una forma muy ordinaria y andrajosa. En realidad, el artista cometió un error imperdonable al seleccionar un sujeto tan vulgar y sucio para su retrato. Es una falta de respeto”. El hombre siguió hablando sin parar, hasta que su esposa logró llegar hasta él entre la multitud y lo apartó discretamente para decirle en voz baja: “Querido, ¡estás mirando un espejo!”. Menudo error cometió al criticar su mismo reflejo.
¿Qué es la crítica?
El diccionario define la crítica como: “Examen y juicio acerca de alguien o algo”. En otras palabras, criticar es la acción juzgar sin amor las acciones o conducta de una persona o el ambiente que le rodea. Diremos desde este momento que criticar es igual a juzgar. No estamos hablando de la Corrección Fraterna, si no de señalar el error, sin justificación alguna. (Mt. 7,1-5).
El origen espiritual de la crítica:
Criticar es una conducta que tiene raíces profundas, aunque no lo parezca. Se origina en la mente y el corazón de ser humano impulsado por cualquiera de estos elementos:
Soberbia. Cuando nos consideramos superiores a los demás y no somos capaces de reconocer en el otro, los rastros de la gracia que Dios ha puesto en él.
Proyección: “…la persona coloca, en el otro o en los otros, cosas que son de ella misma; lo cual, de alguna manera la tranquiliza, porque el error, el defecto e el pecado no es de la y por lo tanto, no se hace cargo…” ( Gustavo E. Jamut, OMV. “El Poder Destructor de la Crítica). Tal como pasó en la historia del inicio de este artículo, el error no era la obra, sino la ceguera del que estaba criticando.
Falta de silencio: primero es, no saber refrenar la lengua, pues nos es más fácil juzgar, que decir palabra edificante. En segundo lugar es que por ocuparnos en hablar, no escuchamos a Dios en el silencio interior, ni al prójimo en sus dificultades y necesidades.
Traumas, Pecados y Frustraciones personales: hay muchas cosas en nuestra vida que nos hacen daño y buscamos aliviarlo de diferentes maneras, entre ellos la crítica. Si nos juzgaron, nos humillaron, nos aislaron o nos traicionaron; si nuestra autoestima es baja, si hay envidia, rencor u odio: juzgaremos duramente a las personas que se nos pongan en frente.
Falta de oración y Sacramentos: Cuando no hablamos con Dios, tenemos tiempo de hablar mal del hermano. La oración y los Sacramentos son la fuente de gracia, paz, sanación, de conocimiento de uno mismo y amor, por lo tanto si estamos lejos de ella, estamos lejos de mirar con Misericordia al hermano.
Juzgar sin amor a los demás, tiene un poder destructor interno y externo. Interno, pues es un pecado y el pecado conduce a la muerte, (Romanos 6,23) y genera mucha amargura, pues se pierde la capacidad de ver y escuchar al prójimo aislándose de él.
Externo, pues derrumba la convivencia, genera división, odio, rencor, hacemos daño aún a los que amamos. Una comunidad puede ser destruida por el Chisme, la crítica y la difamación. (Una comunidad sí, la Iglesia no). Con esta práctica se mata al prójimo, su reputación y su vida de Iglesia. Con fuerza nos dice el Papa Francisco: “No asesinemos al prójimo con chismes y habladurías”
¿Qué podemos hacer?
1- DEJAR DE CRITICAR Y/O JUZGAR: debemos poner un freno a esta enfermedad, ya lo dice la Escritura: “Hermanos, no se critiquen unos a otros. El que habla mal de un hermano o se hace su juez, habla contra la Ley y se hace juez de la Ley. Pero a ti, que juzgas a la Ley, ¿te corresponde juzgar a la Ley o cumplirla? Uno solo es juez: Aquel que hizo la Ley y que pude salvar y condenar. Pero, ¿quién eres tú para juzgar al prójimo?” (Santiago 4,11-12)
2- ORAR Y ACUDIR A LOS SACRAMENTOS: la oración y los sacramentos nos sanan, nos liberan, nos hacen reconocer nuestras Miserias, y nos permiten mirarnos primero a nosotros mismos y descubrir nuestras faltas sin disminuirlas ni excusarlas. Haciéndonos humildes.
3- GUARDAR SILENCIO: nos evitamos muchos problemas, y estamos más abiertos a dejar que Dios nos hable. “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el fruto del servicio es la paz”. (Beata Teresa de Calcuta).
4- ESCUCHAR: Cuando escuchamos a Dios, Él se manifiesta en nuestra vida y nos transforma. Cuando escuchamos al prójimo, le comprendemos y nos ponemos más en su lugar, dando espacio a la Misericordia.
Debemos ser Instrumentos y constructores de la paz, la fraternidad y el amor, tal como lo manda el Señor, pero solo lo podemos lograr con la ayuda del Señor. Señor, ayúdanos a ser Misericordiosos.