“Bien, siervo bueno y fiel… entra en el gozo de tu Señor” (Mt. 25, 14-30)

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Estas palabras expresan la felicidad profunda y la alegría de aquél que ha hecho fructificar su Vida. La parábola de los “talentos” nos invita a tomar conciencia de la grandeza de la llamada a la vida y de la responsabilidad que esta llamada implica. La imagen de los talentos esconde el amor, la misericordia y la bondad de Dios para cada uno de nosotros. En efecto, con frecuencia nos damos cuenta de que el Padre nos ha confiado un tesoro inestimable y lo dejamos inactivo, sin que dé fruto en nosotros.

Pero ¿qué era el talento en tiempos de Jesús? El “talento “en tiempo de Jesús era una especie de lingote de plata, con un peso aproximado de treinta kilos. Era una gran riqueza que equivalía al salario de 16 años de un jornalero. Eso significa el tesoro inmenso que cada uno hemos recibido de Dios.

Desde el inicio de la parábola, en la imagen del “hombre que se va al extranjero” se nos recuerda nuestra responsabilidad ante la gracia de Dios que recibimos sobreabundantemente, pero siempre pensando en el bien de todos y, particularmente hacer crecer el don de la Vida que nos ha ofrecido Jesús, que ha venido para que tengamos Vida y vida en abundancia.

Los tres casos que presenta esta parábola son significativos… Dos de ellos, los siervos, negocian y consiguen uno cinco talentos y otros dos talentos…y ambos son felicitados y recompensados igualmente, no como un premio sino como una participación en la alegría definitiva de Dios: “entra en el gozo de tu señor”. El que haya recibido más o menos talentos no es lo importante, lo que se nos pide es que los pongamos al servicio de todos. Todos somos exactamente iguales, igualmente valiosos para Dios. Los dos primeros han hecho todo lo que estaba en sus manos. Por eso los dos reciben una misma felicitación por parte del dueño: “Bien, siervo bueno y fiel…”. Y el premio que reciben es el mismo: “entra en el gozo de tu señor”. El gozo de tu señor es el símbolo del Reino, y es la fiesta de la plenitud de la vida y de la alegría.

Pero ¿Y el tercero?  En una parábola, cuando hay tres personajes hay que prestar atención al tercero. Por eso aquí se explicita más el tercer siervo. El tercer siervo dice: “tuve miedo”: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra”.  ¡Es terrible lo que le dice a su señor! El “tercer siervo” conserva y entrega lo recibido sin hacerlo fructificar… El miedo frena, el miedo nos bloquea y nos impide vivir nuestros dones, hace que los enterremos. El evangelio nos avisa que el peor enemigo de nuestra vida es el miedo. ¿No tenemos miedo a ser testigos valientes del Evangelio? ¿Por qué no nos atrevemos a expresar nuestra fe o a vivirla de manera vergonzante ante nuestras familias y nuestros amigos por miedo al qué dirán? Hace menos daños los enemigos exteriores a nuestra propia Iglesia que los que no tenemos el coraje de existir como creyentes y seguidores de Jesús.

No olvidemos que el tercer siervo de la parábola es descalificado, no porque haya cometido maldad alguna, sino porque se ha limitado a conservar estérilmente lo recibido, impidiendo su crecimiento, a causa del miedo. La clave de esta parábola está en el miedo, que tuvo el empleado asustadizo, el que recibió un solo talento. La imagen que este individuo tenía de su señor era terrible.

Una imagen que le daba miedo. Y el miedo fue su perdición. ¡Cuántas imágenes terribles de Dios paralizan nuestra vida y dificultan nuestro crecimiento personal!

“Al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Es un refrán popular que recoge una experiencia de la vida (el que tiene mucho puede aumentar sus bienes, el que tiene poco corre el riesgo de quedarse sin nada). Este refrán se aplica a la aceptación o al rechazo de los valores del Reino.

Los que reciben con fe los valores del Reino irán descubriendo más profundamente su Misterio; los que lo reciben de manera superficial acabarán por abandonarlos. Esta es nuestra manera de funcionar. Lo importante es que podamos elegir bien, ahí se juega nuestra vida; elegir es el eje de lo esencial de nuestra vida.

“Échenlo fuera a las tinieblas, allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Es una expresión fuerte que nos suele resultar incómoda. ¿Qué quiere decir esta expresión? Esta expresión de ser “echado a las tinieblas” es una metáfora que significa el sinsentido de nuestra vida. Y “el rechinar de dientes” expresa la rabia y la frustración de la posibilidad de malograr nuestra vida.

Este domingo la Iglesia celebra la Cuarta Jornada Mundial de los Pobres impulsada por el Papa Francisco y es para que escuchemos el grito de ayuda a los pobres. Jesús se implicó preferentemente por los pobres. Y el problema es que haya tantas mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses; y el problema es, sobre todo, la lógica perversa del poder, el dinero que generan tanta injusticia en nuestro mundo. Nosotros como comunidad cristiana tendremos que preguntarnos qué gestos de solidaridad podemos hacer ante esta situación de los empobrecidos.

El Evangelio de este domingo es una buena oportunidad de volver a redescubrir a Jesús, que no se cansa de amar en cuyo rostro descubrimos el rostro del amor y de la misericordia del Padre que nos invita siempre a la confianza y a disipar nuestros miedos. “¡No tengamos miedo a Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él recibe el ciento por uno. Sí, abran, abran de par en par las puertas a Cristo, y encontrarán la verdadera vida”. (Benedicto XVI)

Hoy, vueltos al Señor Resucitado podemos decirle: Tú, Señor, nos invitas a negociar lo mejor de nosotros mismos. Tú sigues esperando que crezcamos en todo lo bueno que hay en cada uno de nosotros. Tú eres nuestro más hermoso talento. Tú no eres nuestro máximo talento que nos entregas tu vida por amor.

 

 

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