El Señor Jesús al pasar con su cruz camino al Calvario, se detuvo y volteó ante unas mujeres que no podían contener su llanto por Él y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: ‘dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado’”.
Sin duda, el Señor quiso trasladarle ese sufrimiento a otra dimensión, no por su muerte, sino más bien por sus pecados. En muchas ocasiones quizás nosotros también necesitamos ser consolados por el Señor. Y es que consuelo significa aliviar la carga que llevamos. ¿Cuánto no quisiéramos ser consolados por el Señor? ¿Cómo podríamos ser consolador por Él dentro de nuestra realidad? El padre César Muñoz, párroco de la comunidad Santísima Trinidad de la Arquidiócesis de Tegucigalpa, reflexiona sobre este pasaje del Evangelio que se recuerda en el Vía Crucis con las siguientes palabras: “Al ver el Evangelio de Lucas donde escuchamos este relato en el que el Señor camino al calvario consuela a estas mujeres que lloran al verlo sufrir.
La escena nos recuerda primero que Jesús es el príncipe de la paz, lo cual es muy interesante porque el concede la gracia de la paz como fruto del consuelo, pero a la vez está haciendo un llamado a la conversión”. Esto nos lleva a pensar que para poder ser consolados por el Señor, debemos dejarnos tocar por su gracia y sobre todo, soltar nuestras cargas, pesares y reconocer que necesitamos volver nuestra mente y corazón a Dios para realmente poder manifestar el consuelo que trae como fruto de la paz.
Por su parte, el padre Héctor López, párroco de la comunidad Madre Dolorosa de Tegucigalpa agrega que “El consuelo de Dios solo se alcanza en el abandono en sus manos. Depositando nuestras cargas en Él. Confiando plenamente en su promesa: vengan a mí y yo les daré descanso. Este consuelo llega a través de la oración sincera y profunda, de los sacramentos, en una buena confesión, en una comunión bien hecha. Pero necesita confianza en el amor sanador de Dios. Para llegar a esa confianza en necesarios dejarnos convencer de que Dios es Padre, un Padre amoroso y misericordioso”.