Como cada domingo hoy no fue la excepción, que el Papa Francisco, se asomara desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano, para el rezo de la oración mariana del Ángelus
Ante la presencia de fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, el Pontífice reflexionó sobre el Evangelio de hoy que relata el momento en el que Jesús nos desvela la clave para alcanzar la verdadera felicidad en la vida y que se encuentra, precisamente, en el cumplimiento de las Bienaventuranzas (Lc 6,20-23) ya que estas “definen la identidad” que necesitamos para convertirnos en discípulos suyos.
Deteniéndose en la primera Bienaventuranza que presenta el Hijo de Dios, “Dichosos vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” Francisco subrayó, que, para Jesús esto quiere decir que la alegría humana no se encuentra en el dinero u otros bienes materiales, sino en los dones que recibimos cada día de Dios: la vida, la creación, los hermanos y las hermanas, etc.
El discípulo de Jesús es humilde, abierto y sin prejuicios
Según el Pontífice, estamos llamados a compartir con gusto los bienes que poseemos porque de esa manera vivimos en la lógica de Dios, “que es la gratuidad”. Por otro lado, añadió el Papa, “cuando Jesús habla de pobreza, en este caso también hace referencia a una actitud ante el sentido de la vida: “el discípulo de Jesús no cree que lo posee, ni piensa que ya lo sabe todo, sino que sabe que debe aprender cada día. Por ello, es una persona humilde y abierta, sin prejuicios ni rigidez”.
Asimismo, el Santo Padre hizo hincapié en que cuando no seguimos a Jesús con nuestras vidas, es fácil caer en la tristeza “porque las cuentas no cuadran, porque la realidad se escapa de nuestros esquemas mentales y nos encontramos insatisfechos”. El discípulo de Jesús, en cambio, “sabe cuestionarse, sabe buscar a Dios humildemente cada día, y eso le permite adentrarse en la realidad, acogiendo su riqueza y complejidad”.
El discípulo destaca por la alegría del corazón
Finalmente, Francisco invitó a todos a preguntarse si vivimos con la disponibilidad del discípulo, o nos comportamos con la rigidez de quien se siente cómodo y seguro de haber llegado a la meta.
¿Me dejo “desencajar por dentro” por la paradoja de las Bienaventuranzas, o me mantengo dentro del perímetro de mis propias ideas? Y luego, más allá de las penurias y dificultades, ¿siento la alegría de seguir a Jesús? Este es el rasgo más destacado del discípulo: la alegría del corazón.
“Que la Virgen, la primera discípula del Señor, nos ayude a vivir como discípulos abiertos y alegres”, concluyó su santidad.