Reflexión |¿A un mes de celebrar el qué?

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Estamos a un mes de alcanzar la meta que algunos se han propuesto de manera bastante ingenua para disque conmemorar el bicentenario de nuestra Independencia Patria. Es cierto que la efeméride a la que nos acercamos es real, existió. Es decir, no podemos negar que el 15 de septiembre de 1821 significó un punto de inflexión por el cual se dio paso a un proceso todavía inacabado. Aquello comenzó como un gran sueño, porque muchos de sus proponentes realmente soñaron, no pudieron dimensionar la magnitud de lo que estaban provocando y más de alguno también era realmente un iluso, aunque de ilusos y de ilusiones ha estado entretejida la historia de la humanidad.

Comenzó pues, una aventura en la que los criollos y la burguesía nativa, como en muchas otras partes del continente, quiso tomar las riendas de los destinos que se les habían arrebatado décadas atrás con las reformas que dieron al traste con la posibilidad de que alguno de ellos pudiese siquiera aspirar a algún cargo de relevancia en el engranaje estatal o en la jerarquía de la Iglesia. Si el proceso independentista fue caótico, sin una dirección definida, nuestro mayor problema es que después de 200 años si recorremos con mirada objetiva, si esto es realmente posible, desde el Río Grande hasta la Patagonia, encontraremos que no hay mucho que celebrar. Se pedía hace 200 años la libertad, la independencia de poderes opresores. Pues seguimos pidiendo lo mismo.

Si se reclamaba en aquel entonces el desinterés de los gobernantes por sus pueblos, a pesar de las distancias evidentes, en nuestro caso es mil veces peor, porque descubrimos puros intereses mezquinos, manipulación y control de voluntades. Hace 200 años se reclamaba un camino al sistema republicano, a la democracia, a poder elegir las autoridades y bueno… 200 años después seguimos reclamando lo mismo.

Simpáticamente, la única institución que ha estado presente acompañando nuestros pueblos, entre aquel pasado soñado, el idealizado por algunos de los próceres y la pesadilla presente, sigue siendo la Iglesia. Alguna experiencia hemos adquirido sin duda a lo largo de estos más de 500 años. Por eso, me resulta incluso peor que la desgraciada Leyenda Negra en la que han manipulado descaradamente la historia, las críticas que se lanzan a los mensajes de los obispos y sacerdotes desde México, pasando por Nicaragua y Honduras, atravesando Colombia, Perú y Chile. Ignorar las sugerencias de los obispos, nada nuevo para los remedos de dictadores que tenemos en el continente, siempre ha acarreado un sinfín de sufrimientos.

200 años después seguimos más divididos que aquel 15 de septiembre. Los reclamos son legítimos por parte de nuestros pueblos que en 200 años han visto como el poder pasó de unas manos a otras, pero casi con los mismos resultados. Claro que ha habido avances y momentos menos malos, pero proyectos de nación y visión con sentido común y buen uso de los bienes con principios éticos, aún seguimos añorándolos.

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