Las luchas de San Juan María Vianney contra el demonio

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San Juan Vianney, conocido como el Santo Cura de Ars fue un sacerdote de la parroquia de san Juan Bautista de Ars, un poblado cercano a Lyon, en Francia. Allí llevaba una vida en extremo austera y su alimento principal fueron las patatas.

Son célebres los asaltos con tentaciones y persecuciones que sufría, a manos del diablo, para hacerlo renunciar a su actividad pastoral. Quizás los más conocidos son los ataques nocturnos que sufría para despertarlo y no dejarlo descansar.

Los acosos tomaban diferentes formas. A veces, el maligno lo asediaba como una bandada de murciélagos que infestaban la habitación, otras como ratas que recorrían su cuerpo. Muchas veces era jalado de la cama hacia el suelo y padecía todo tipo de ruidos molestos.

Semejante empeño en desmoralizar a este santo tenía sus razones.

Se cuenta que él, siendo cura de Ars, comenzó a oír ruidos inquietantes en su habitación cuando iba a dormir. En un principio pensó que se trataba de roedores, pero poco a poco se dio cuenta de que era obra del demonio.

El ruido era tal que salía de la habitación y muchos se compadecían del sacerdote exclamando:

“Pobre santo hombre ¿cómo puede vivir en medio de este horrendo barullo?”

Una noche el mismo demonio se presentó desafiante ante Vianney diciendo:

“¡Vianney, Vianney, despierta, dormilón! ¡No eres más que un pobre cura comedor de papas!”

Esto lo decía burlándose de las austeras comidas del cura.

Con la intención de atormentarle más, el demonio cubrió la habitación con una sombra oscura y maloliente, zarandeó su cama y lo tomó de los pies para arrastrarlo varios metros.

Lejos de inmutarse, el Santo Cura de Ars respondió:

“Ya sé que no quieres que duerma porque mañana me espera una larga jornada de confesiones, pero quiero decirte que me das verdadera lástima: la gran mayoría de los que asistan a la Santa Misa de mañana se arrepentirán de sus pecados mediante el Sacramento de la Reconciliación y, si continúan con su vida de buenos cristianos, se irán al Cielo. En cambio, tú, me das una gran pena, porque ya estás condenado y no tienes remedio. ¡Pobrecillo de ti!”

El demonio se fue furioso dando un sonoro portazo, así que San Juan María Vianney volvió a su cama, rezó tranquilo y concilió el sueño.

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