Para San Juan, el Espíritu Santo fue dado por el mismo Señor Resucitado el mismo día de la Resurrección, mientras que para San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, fue a los 50 días después, coincidiendo con la fiesta hebrea de Pentecostés. Para el evangelista Juan, el Espíritu Santo se ve fluir casi directamente de la cruz de Cristo, simbólicamente representado en el agua de su costado: “Uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y al punto salió sangre y agua…
El que tenga sed venga a mí Santo fue dado por el mismo Señor Resucitado el mismo día de la Resurrección, mientras que para San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, fue a los 50 días después, coincidiendo con la fiesta hebrea de Pentecostés. Para el evangelista Juan, el Espíritu Santo se ve fluir casi directamente de la cruz de Cristo, simbólicamente representado en el agua de su costado: “Uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y al punto salió sangre y agua… El que tenga sed venga a mí y beba… Ríos de agua viva brotará de su seno. Esto dijo refiriéndose al Espíritu” (19, 34; 7, 37-39). De aquí que de inmediato el propio Resucitado les muestre sus heridas de la manos, los pies y el costado.
Además de esto, Él sopla sobre ellos. Para el hombre de la Biblia el “soplar” es un gesto simbólico que le refería directamente al pasaje del Génesis en que “Dios sopló en el hombre un aliento de vida y él se convirtió en un ser viviente” (2, 7). La respiración es la vida, es el principio de las energías y del existir. El Espíritu, es pues, la fuerza vivificadora y santificadora que Cristo resucitado da a su Iglesia, es el principio del hombre nuevo, que nace del polvo de su pasado y de la muerte para ser criatura destinada a la vida eterna.
Pentecostés, en resumen, desde esta visión del Evangelio de hoy, es semejante al alba que abre una nueva página de la historia de un hombre que como y con Cristo pasa de la muerte a la vida, en el escenario real del que con su victoria ha hecho nuevas todas las cosas. Así pues, la celebración que cierra el tiempo de la Pascua nos advierte que ha sido en el Cenáculo donde Jesús cinco veces en ese discurso habla del Espíritu como “promesa”, una promesa que ya está cumplida hoy para nosotros.
Con la gracia de esta presencia hecha vida, podemos celebrar este día atendiendo al Espíritu que en esta palabra nos pide: leer, explicar, comprender, obedecer, convertirse, amar y celebrar. Este es el camino del hombre y mujer que llenos de su presencia, deben experimentar su “soplo” de nueva creación a través de la Sagrada Escritura.