Nunca como hoy entiendo la frase del Papa Francisco de que “Estamos viviendo un cambio de época y no una época de cambios”. Son muchos los males que nos aquejan como nación. Realmente es alarmante la situación en la que nos tienen sumidos los que no han sabido administrar las crisis porque ellos mismos son la crisis. Las infinitas excusas que presentan no son sino sinónimo de la incompetencia y negligencia con la que han procedido.
Pero es que desde el momento que las cosas no se hacen con transparencia, se violan las leyes y se crean nuevas para favorecerse, estamos ante un Estado fallido. No es solo el tema de la vergüenza ajena que nos están haciendo pasar, sino que damos lástima. Una cosa es que seamos pobres, otra distinta es que nos tengan empobrecidos y otra muy distinta es que se nos vea como miserable sin dignidad ni orgullo propio. Dicen que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen, pero sinceramente hace décadas que no nos merecemos tanto desmán, tanto cinismo y tanta corrupción. Lo nuestro es “de estudio”.
Somos un capítulo en los materiales de ciencias políticas de cómo no se debe gobernar, lo que no es una República y sobre todo seremos un capitulo a ser leído y estudiado del compendio de faltas contra la ética en la política. Lo peor del caso, si me lo permiten, es que la impotencia es mayúscula en todo esto, porque nos faltan liderazgos, nos faltan agallas y nos falta sentido de responsabilidad.
Algunos se han dedicado en las últimas horas a escribirme en las redes sociales que la Iglesia se debe pronunciar frente a las situaciones de corrupción señaladas a nivel internacional e incluso piden que salgamos al paso con un tajante pronunciamiento en contra de la situación que envuelve a la primer magistratura del país y aunque soy consciente de aquello de “si mi abuelita no estuviera muerta estaría viva”, me pregunto qué hubiese pasado en este terruño amado si le hubieran prestado atención hace años a lo que vienen señalando los señores obispos.
Ellos valientemente han denunciado las cosas, han apuntado algunas vías de solución y sobre todo han abogado por el respeto irrestricto de la ley, pero no hay forma de que esto se entienda porque no les importa en lo más mínimo. El ansia de poder y tener, realmente que es la peor droga que existe. Personas que en cualquier otra circunstancia pudieron hacer tanto bien, que tuvieron la oportunidad de hacerlo, sencillamente se perdieron en el abismo de sus ambiciones. Estas próximas semanas son cruciales para el futuro de nuestra patria. Como ciudadano que soy acepto sentirme muy descorazonado porque siempre estamos queriendo resolver todo con saltos abruptos que nos hacen mucho daño… como creyente, mi esperanza la tengo puesta en Dios y le ruego a él que ilumine a la gente correcta para que haga lo correcto.