Nos encontramos ante un texto contando por el propio Señor en parábola, se trata de dos actores, pero su verdadero protagonismo y su sentido profundo está en el tipo de oración que hacen. El fariseo ora delante de Dios justificándose, convencido que por todo lo que hace ya tiene ganada la recompensa de Dios. Y el publicano lejos de justificarse se presenta con una confesión de pobreza y de pecado. El fariseo, es pues, lo que no debemos ser, el sentirnos seguros de la salvación por lo méritos que realizamos ante Dios. En cambio, el publicano es el hombre humilde de fe que solo puede esperar que su salvación venga de Dios, ya que él es solo pecado y debilidad.
Jesús, revelador del Reino de Dios, manifiesta un renovado sentido de su presencia salvadora y la de Dios, su Padre, ha venido a buscar como ha señalado, a los pecadores no a los justos. El don de la salvación es muy superior a nuestro mérito y por eso nunca puede ser equiparado a una obligatoria recompensa por lo que ha hecho el hombre.
Si el domingo pasado pudimos pensar en la necesidad de orar siempre sin desanimarnos, hoy debemos de sentir el fuerte llamado de saber orar. La oración es el reflejo del corazón, de la vida, de la fe de una persona. Con todo la narración de este domingo tiene como finalidad, descubrir la raíz de todo pecado, la soberbia. La ilusión de salvarse por sí solos, con los propios méritos como hemos dicho anteriormente, sin la necesidad de Dios. Es como si volviéramos a la tentación propuesta a Adán y a Eva, ser como Dios. Así pues, el orgullo espiritual nos puede llevar a la auto-justificación. El hombre se convence de no tener necesidad de nadie para salvarse porque él se redime por sí mismo. Es fuerte el mensaje de este domingo, que aclara como ser humanos ante los demás y sobre todo ante Dios, a quien no podemos engañar. Sin lugar a duda, esta parábola está retratando nuestra realidad y ejemplariza cómo debemos de orar y comportarnos ante Dios. Él nos ayude siempre a ser humilde desde el corazón para que nuestra oración sea elevada hacia Él como incienso que sube a su presencia sin obstáculo alguno.
Propósito de la semana: Meditaré a la luz de este Evangelio cómo es mi oración ante el Señor.





