“¿No quedaron limpios los diez?… ¿tan solo ha vuelto para dar gracias a Dios este extranjero?” La queja de Jesús no es una cuestión de envidia con el templo de Jerusalén, recordemos que los leprosos no hicieron más que lo que el propio Jesús les había mandado: ir a presentarse ante los sacerdotes del templo. Lo que realmente Jesús pide es identificar el origen de esa curación. Mientras los judíos observantes seguían centrados en el culto del templo, es un samaritano -representante de la universalidad de la salvación- el que se da cuenta de la novedad que supone Jesús. La sanación de las personas, física y espiritualmente, ya no está en un lugar, sino en Alguien.
Ya en la primera lectura, se afirma la fe en el Dios de Israel, como único Dios verdadero. Esta fe, tiene su culminación y correcta interpretación en la persona de Jesucristo, en quién se cumplen las promesas.
También la segunda lectura, que seguimos leyendo de la segunda carta a Timoteo, aparece la identificación de Jesucristo como Mesías, y la unión con él, como medio para alcanzar “la salvación y la gloria eterna”.
El Evangelio de hoy, en sintonía con lo anterior, refuerza la unicidad de Dios como auténtico y eterno salvador. Por ello, el Hijo enviado por el Padre, lleno del Espíritu Santo, solicita a los que han sido curados que regresen a Él, la puerta de acceso al cielo. En otras palabras, y dicho para nosotros: no andemos perdidos, en Jesucristo está nuestra salvación y solamente en Él. Agradecidos con muchos, pero postrados solo ante Dios.
“Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”, así le dice Jesús al que fue leproso y ahora sanado. ¿Qué significa la expresión “salvación por la fe”? La salvación se inicia por la gracia y es acogida por la fe. La iniciativa bondadosa y gratuita de Dios, amerita también una responsable recepción. Dios puede dar, pero no puede obligarnos a recibir. Esto supone por nuestra parte una participación consciente en nuestra propia salvación. “Quien te creó sin ti, no te redimirá sin ti”, decía San Agustín.
Pero tal vez conviene, también recordar qué significa para nosotros “ser redimidos”. Significa que somos liberados de la esclavitud del pecado y reconciliados con Dios. A su vez, recordemos, el pecado es la separación de Dios y de su designio sobre nosotros. O sea, una traición a nuestro creador y en el fondo una negación de nosotros mismos. Por tanto, el perdón de los pecados, o purificación, supone en el fondo, llegar a ser lo que estamos llamados a ser, llegar a vivir conforme a la dignidad que habita en nosotros. Esto es algo que muchos no entienden, (en el pasaje, nueve de diez no regresaron), pero quienes tienen el don de la fe, lo reconocen en su propia vida. En definitiva, la fe no es tanto una deducción filosófica ni una elección social. Es un don del Espíritu Santo que hay que pedir y que reconocemos en nosotros mismos por la liberación y la alegría que ya hemos experimentado. Por todo ello hoy damos gracias en esta Eucaristía.