TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Hace poco escuché a un estimado hermano Obispo invitarnos a ir hacia la Misión Nacional 2026 con “alegría y pasión”. Y estas dos palabras, alegría y pasión, también pueden ser el resumen de las lecturas de este domingo. Isaías dice “alegraos por Jerusalén” a la que le concede la imagen de una madre universal. Lucas nos dice que los setenta y dos discípulos regresaron de la misión llenos de alegría y Jesús concluye remitiendo a una alegría mayor, “que vuestros nombres estén inscritos en el cielo”. En medio, en la conclusión de la carta a los Gálatas, Pablo nos presenta la radicalidad de la cruz, como único motivo de orgullo. Ambas palabras, alegría y pasión, son buenas definitorias de la Misión Nacional que el próximo año realizaremos sinfónicamente en todas las diócesis de Honduras.
La alegría es la experiencia gozosa y transformadora de la que partimos, y no dudemos, que al final, será también el don que recibiremos al volver de nuestros trabajos. Y la pasión, como entrega generosa y no exenta de dificultades. La misión no es para gente acomodada y floja, la misión es para cristianos convencidos que salen de lugares seguros, para ir allí donde se necesita su testimonio. La alegría del Evangelio es el motor que nos impulsa. La pasión por el evangelio, diríamos, es el chasis que nos envuelve y nos permite atravesar caminos difíciles, incluso a veces aguantar críticas y burlas. La simple alegría sin pasión sería como una “llamarada de tusa” que se apaga pronto, y la pasión sin alegría confundiría y podría olvidar su raíz.
Jesucristo es nuestra alegría y nuestra esperanza, un don recibido que hemos de anunciar, porque si se guarda se pierde y si se comparte se fortalece. No obstante, el enemigo no cesa nunca en apartarnos de la misión, poniéndonos cansancios y dificultades, y comprendemos lo que Jesús dice cuando nos envía “como corderos en medio de lobos”. Frente a eso “no llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias…”, es decir, no os amparéis en las fuerzas de este mundo para anunciar a Alguien que es más grande que este mundo. Por ello, hay que estar dispuestos a compartir con Cristo su pasión, para cumplir con Cristo su Misión.
Mientras mucha gente confunde alegría con distracción, y pasión con fracaso, nosotros en cambio, sabemos que la verdadera alegría está en Cristo y que no hay verdadero cristiano que no esté dispuesto a seguir a su maestro con pasión. Los discípulos, enviados por Jesús, y en su nombre, vieron como los demonios se les sometían, porque el anuncio de la Buena Noticia incluye en sí la lucha contra el mal en todas sus formas y seducciones. Aquí es muy importante resaltar, que no es por ellos mismos que derrotaron a los demonios, sino por la gracia de Cristo y en su nombre. En definitiva, los setenta y dos, fueron por delante, a dónde Jesús tenía previsto visitar. Eso somos nosotros, preparadores del encuentro de Jesús con la humanidad. Y una tarea tan trascendente, necesariamente se realiza con alegría y pasión.