La Solemnidad del Corpus Christi, también conocida como Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, que se celebra este 22 de junio es una celebración que conmemora la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Es una fiesta que une la adoración a la Eucaristía con el compromiso de servicio a los demás, especialmente a los pobres, recordándonos que la fe se manifiesta en acciones concretas de amor y solidaridad.
El origen de la festividad se remonta al siglo XIII, en Bélgica, para ser precisos en la ciudad de Lieja, donde el obispo aceptó la solicitud de una religiosa, Juliana de Cornillon, que quería celebrar el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo en una fecha ajena a la Semana Santa. Esta última, priora en el Monasterio de Mont Cornillon, afirmaba que, desde su juventud, Dios le había instruido para que un día ella pudiera establecer la festividad del Cuerpo de Dios.
Con motivo del Corpus Christi se nos invita a hacernos pan que se parte, reparte y comparte entre nuestros hermanos y hermanas, especialmente los más pobres y vulnerables, hambrientos de pan, justicia y dignidad: “En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo” (SC 88). Esta frase extraída de la Constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II, destaca la dimensión sacrificial y de servicio de la fe cristiana, donde la entrega personal es vista como una forma de compartir la vida de Cristo con el mundo y se refiere a la idea de que todos los cristianos, siguiendo el ejemplo de Jesús, están llamados a ofrecerse a sí mismos en servicio a los demás y al mundo, como el pan que se parte para alimentar a otros.
El llamado a ser “pan partido” no es exclusivo de unos pocos, sino que es una vocación universal para todos los bautizados. Cada persona, con sus dones y circunstancias particulares, está llamada a vivir esta entrega en su vida cotidiana, pero todo esto será posible si somos capaces de recuperar el sentido de la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños vivir de manera humanamente digna.
Pienso especialmente en los numerosos refugiados que se ven obligados a abandonar sus tierras. Ojalá que las voces de los pobres sean escuchadas en este tiempo, decía el Papa Francisco durante el proceso de preparación del Jubileo de la Esperanza, el cual estamos viviendo en este año 2025. La Eucaristía es para el cristiano el memorial del amor de Dios hacia cada ser humano, que se manifiesta en la entrega de su hijo Jesucristo. Creer que podemos celebrar el sacramento del amor sin revisar nuestros egoísmos individuales o colectivos, nuestra indiferencia ante el dolor del otro, esa será siempre una tentación y un mal que debemos remediar porque pretender comulgar con Cristo en la misa sin preocuparnos luego de comulgar con los hermanos, sin compartir con los más pobres, quienes pasan hambre y sed; es un grave pecado de omisión.