Editorial | Nuestra voz | Cristo resucitado: Luz del mundo

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TEGUCIGALPA, HONDURAS.- ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! Con esta exclamación nos hemos regocijado los católicos cristianos a lo largo de 21 siglos, celebrando anualmente el misterio de Cristo que le da razón a nuestra fe, un acontecimiento que doblegó el poder que tenía el pecado sobre la humanidad y que nos trajo una nueva vida, aunque sigamos viviendo en este mundo marcado por el sufrimiento y que además partió la historia en dos: un antes de Cristo y un después de Cristo.

Hoy celebramos la culminación de un proceso que inicio con su triunfal entrada en Jerusalén, el domingo de Ramos, pasando por su última cena con los discípulos, su arresto, crucifixión y culminando con su gloriosa resurrección, que no es solo una narrativa central de la fe católica, sino también una fuente rica de enseñanzas sobre el sacrificio, la redención y el perdón.

Un evento que revela la profundidad del amor divino, un amor tan grande que se dispone a sufrir lo indecible por el bien de otros y que no termina en la oscuridad de un sepulcro, sino que pone en relieve la victoria sobre la muerte, que nos enseñan sobre la resiliencia del espíritu humano, la importancia de la fe, la esperanza en momentos de desesperación, y el poder del amor para vencer a la oscuridad. En el contexto actual, la Resurrección de Jesús, donde el individualismo y el materialismo a menudo se promueven como rutas hacia la felicidad, nos llama a mirar más allá de nosotros mismos y de nuestros deseos inmediatos.

Nos invita a considerar el bien mayor, el sacrificio por el bien de otros, y la búsqueda de un propósito que trasciende lo mundano. Además, nos desafía a reflexionar sobre nuestra propia vida, nuestras acciones y cómo estas se alinean con los valores de amor, compasión, justicia y misericordia que Jesucristo ejemplificó, de ahí que si permitimos que su gloriosa resurrección habite y crezca en nuestros corazones, podemos ser luz en las tinieblas; alegría en un mundo que padece tristeza, esperanza en medio de situaciones que nos desmoralizan, vida en una cultura que promueve la muerte y testigos del amor.

Y a aceptar la invitación a reexaminar nuestras vidas a la luz de los valores eternos de la autenticidad y la integridad y a cuestionarnos sobre cómo podemos vivir de manera más plena, cómo podemos ser fuentes de luz y amor en nuestras comunidades y cómo podemos contribuir a un mundo donde los valores no se pierdan, sino que se redescubran y se avivan con renovado fervor.

La renovación y la transformación son posibles, porque la resurrección de Jesús no solo simboliza la victoria sobre la muerte física, sino también ofrece esperanza de superación de las muertes pequeñas que experimentamos en nuestra vida cotidiana; nos enseña que, incluso en los momentos de mayor oscuridad, hay luz al final del túnel, y que el amor y la vida pueden surgir de las circunstancias más desoladoras. Desde este semanario les invitamos a que no tengan miedo, a que la Resurrección de Cristo les llene de gozo ¡Qué proclamen a diestra y siniestra que Jesús está vivo, que ha resucitado!

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