¿Qué significa ser discípulo de Jesucristo? En las lecturas de este domingo encontramos elementos muy importantes. Meditar sobre ellos nos ayudará a cada uno en nuestro propio caminar de fe. Empecemos por la segunda lectura. Escribe Pablo a los Corintios: “les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí”. Y les enumera los momentos más significativos de la pasión y resurrección de Jesús, lo que llamamos el Kerigma, o “primer anuncio”. Ese fue el “Evangelio que yo les prediqué” dice.
Cronológicamente, la transmisión de la fe en Jesucristo es anterior a la escritura de los textos evangélicos hoy conocidos, que se terminan de redactar un poco más tarde. A esa verdad viva, no escrita, creída por la Iglesia y alentada por el Espíritu Santo se la conoce como Tradición. La Escritura y la Tradición son dos depósitos auténticos de la misma fe, que confesamos los católicos. Igualmente, “predicación y Palabra” son inseparables y se necesitan mutuamente, porque el contenido de la predicación es la Palabra, y el motor de la Palabra es la predicación. En el Evangelio de Lucas aparece la conocida imagen “duc in altum”, remad mar adentro. Jesús no solamente es el portador de la palabra de Dios, que todos querían escuchar, sino que sus mismas palabras adquieren fuerza de mandato y suscitan esperanza.
“En tu palabra echaré las redes”. Y por su palabra donde el esfuerzo parecía estéril, la pesca se hace sobreabundante. Admirable signo que produce en Pedro conciencia de su pequeñez. “Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador”. El reconocimiento de la propia indignidad es un signo de que Dios está actuando en una persona. Eso sí, el reconocimiento sincero y discreto, no confesiones públicas llamativas. También el profeta Isaías, se confiesa “hombre de labios impuros”, y narra como Dios se adelanta a purificarlo con una brasa: “he quitado tu iniquidad, tus pecados están perdonados” escucha. Y es muy hermoso el diálogo que le sigue, con esa respetuosa pregunta de Dios: “¿a quién enviaré, ¿quién ira de parte mía?” El profeta responde: “Aquí estoy Señor, envíame”.
Y este es un diálogo que de alguna manera se repite en toda la historia de la salvación, en el que Dios no elige a los perfectos, entre otras cosas porque no existen, sino que llama a personas imperfectas como nosotros para cumplir su misión. Esto produce en el creyente, cada uno conforme a su vocación, un doble sentimiento: de pequeñez propia, pero a la vez de confianza en quién nos ha elegido. Como dijimos aquí mismo el primero de enero, una de las prioridades arquidiocesanas para este año es orar por las vocaciones.
Jóvenes, familias, parroquias, grupos… que nadie mire a otro lado por favor. No pongamos excusas a Dios, porque es rechazar una elección de amor de quién nos quiere a nosotros como somos, y a la vez totalmente transformados para una misión. Eso significa la frase de Jesús: “no temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Los apóstoles siguen siendo ellos mismos, “pescadores”, pero enviados a una nueva misión. Como los apóstoles, no tengamos miedo a dejar todo para seguir del todo a Jesucristo.