El Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre, es la sonrisa de Dios para la humanidad. En la mirada del aquel Bebé Santo, nos está mirando Dios. La sonrisa del Niño en la noche de Navidad es expresión de la ternura de Dios para con nosotros. Aquel, en quién muchos no creyeron, nace pobre en un portal, para decirnos que él sí cree en nosotros.
Toda sonrisa es poderosa, pero la de aquel Niño, en su infinita sencillez, tiene una fuerza trascendente. Por ello, aquella sonrisa santa sigue contagiándose a través de nosotros, los que, es esta noche como aquella, nos unimos al cántico de los ángeles para alabar a Dios. La sonrisa que nosotros compartimos esta noche es memoria de la esperada paz mesiánica y expresión del amor de Dios.
Es Navidad, y la pregunta no es, ¿vendrá Dios? Porque Dios llegó, y permanece entre nosotros hasta el fin del mundo. La pregunta es, iremos nosotros a recibirle. ¿Nos dejaremos envolver por su gloria y su bondad, o seguiremos aislados y encerrados en nuestras historias? ¿Permaneceremos solos en los fríos montes de nuestra noche, buscando los caminos de esperanza con la luz azul de la pantalla de un teléfono? O bien ¿nos dejaremos iluminar por la estrella divina que conduce a un pesebre? En aquella noche, solo unos pastorcillos corrieron a “la ciudad de David, a conocer al Salvador, al Mesías” recién nacido.
Si en el camino, María estaba en cinta, signo de esperanza; ya en Belén, “le llega el tiempo del parto”. La humanidad nueva, que no niega a la antigua sino que la asume y redime, ha llegado de una madre virgen. San Lucas se esfuerza en darnos datos del momento y el lugar histórico del Nacimiento de Jesús, para que entendamos que un nuevo tiempo ha llegado a la tierra. Navidad no es un hecho imaginario o antiguo, sino real y presente. La sonrisa de Dios en Jesús no es un gesto efímero, sino una presencia permanente.
Pero hoy como ayer, muchos temen a la sonrisa. Temen mostrarse frágiles, sensibles, o pequeños, temen sonreír. Prefieren parecer fuertes, serios, indiferentes. Solo saben ofrecer burlas y sarcasmos, pero temen mostrar ternura y comprensión. Son, digamos, “como los dueños de los rebaños”, que están tan cómodos en su casa que no corren a Belén. Serán en cambio, los pastorcillos, los que apenas tienen el calor de una fogata y la amistad de otros pobres, los que irán primero a encontrarse con Dios. En este sentido, la “Navidad es cosa de niños”, es decir, de los que se dejan sorprender por la voz de un ángel.
En nuestros días, el mundo sigue confiando la ansiada paz a la fuerza de las armas, sin darse cuenta de que las armas no son para la paz sino para la guerra y en la guerra todos pierden. Si Jesús nace pequeño, débil y pobre, es para mostrarnos, que la humanidad no se salva por la violencia, sino por el amor; y el amor se le reconoce en una sonrisa: la sonrisa de Dios. Feliz Navidad.