Mientras escribo estas líneas de mi columna semanal, apenas acabo de celebrar la Santa Misa en la Solemnidad de la Asunción de María a los Cielos. Es una fiesta hermosa que nos recuerda nuestra meta, nuestro destino. La Madre ha llegado al puerto donde esperamos llegar todos. Donde debemos llegar todos. Toda esta celebración habla de alegría, de triunfo, de fiesta. Habla de fidelidad premiada, de amor consumado, de certeza de que algo mejor está por pasar.
Sólo que se me viene inmediatamente a la mente, la oración de la Salve Regina, por aquello del “valle de lágrimas”. Admito, con mucha pena, que muchas veces he bromeado cuando estamos teniendo una celebración bonita, sobre todo cuando hay algunos platillos muy sabrosos, que aquello del “valle de lágrimas” no aplica mucho porque algunas de esas comidas deben estar en el cie- lo, para que sea cielo. El asunto, porque claro que hay un asunto detrás de esto, es que, aunque “la esperanza es lo último que se pierde” por aquello de la “Caja de Pandora”, alcanzar esa meta de estar junto a María, de llegar a donde ella ya llegó, está bastante complicado.
Y lean bien, escribí complicado, no imposible. Nunca ha sido fácil ganarse el cielo, aunque uno de mis santos preferidos, José Sánchez del Río, haya dicho lo contrario en una carta que le mandó a su madre antes de sufrir el martirio. Mantener la esperanza en este mundo nuestro tan violento, tan lleno de los políticos que tenemos y de los cobardes que somos a veces los ciudadanos para exigir que se nos respete, es al menos, complicado y frustrante.
Nuestro mundo vive una crisis de esperanza muy grande por el agotamiento, el hastío y el cansancio que experimentamos cuando vemos que la mentira, mejor, los mentirosos, siguen como que si nada. Cuando se nos quiere vender por bueno, lo que sólo los afincados en el poder ven por bueno. Por ahí leí en estos días, en una viñeta, a dos fulanos en la que uno le preguntaba al otro: “¿hay algo peor que un dictador?” Y el otro campante le respondía: “Sí, los que los apoyan”.
Tan cierto y tan doloroso. Claro que nos descorazonamos, y mucho, cuando vemos como crece a nuestro alrededor la imposición de ideologías y conceptos que anulan la libertad y que hablan de respeto y tolerancia, cuando eso es lo menos que practican. El nuestro, es un mundo que ha olvidado el Cielo, que ha olvidado que esto que vemos es puro oropel, es falacia, es caduco y muy pasajero. Necesitamos del misterio, del dogma de la Asunción. Necesitamos creer que otro mundo es posible; que otro mundo, mejor, ya existe y que debemos esforzarnos seriamente por alcanzarlo, aunque de momento debamos seguir caminando en este valle, que se convertirá, si perseveramos haciendo el bien, de un valle de lágrimas, a un valle eterno, con sabor de Cielo.