Hoy en este domingo contemplamos a Jesús obrando un milagro a favor de una multitud hambrienta que ha salido en su busca para escuchar su palabra. Juan desarrolla la narración del milagro de esta mesa extraordinaria preparada por Jesús sobre la hierba de Galilea, hoy teniendo por igual paralelo con la primera lectura del segundo libro de los Reyes, donde en ambas lecturas se nota una sutil trama de recuerdos: los panes de celaba, la constatación de la insuficiencia de esos panes para tanta gente, el “comer y sobrar”, el profeta Eliseo y Jesús, que al final es aclamado como el “profeta” perfecto “que debía venir”.
Pero, en el Evangelio de hoy, Juan redacta mirando también hacia el futuro, donde toma el sentido eucarístico de la Última Cena celebrada por Cristo en la noche antes de padecer. En efecto, el marco teológico de este milagro de multiplicación de los panes y los peces, es la proximidad a la pascua judía y sin duda los gestos de Jesús de tomar el pan, dar gracias –en griegoeucharistein y distribuir el pan, son las celebras palabras que el propio Señor dirá en aquella memorable cena.
El milagro de los panes es, pues, como se escribe al final de la narración, un “singo”, término que usa Juan para definir los milagros de Jesús. Para nosotros en la celebración de la eucaristía en el domingo, tal evangelio nos abre a la posibilidad de experimentar el hambre de este pan bajado del cielo, y el deseo apostólico de salir a saciar el hambre material que los pobres de la tierra experimentan con las grandes crisis económica que si viven en la actualidad. Hoy la mesa de la eucaristía, mesa de Jesús para sus discípulos se hace también para que desde el corazón y por la obras, éstos puedan encontrar a los pobres y compartir con ellos el pan material para sus propias mesas de familia.