Reflexión | Conversión

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Este asunto de la conversión, más allá de cualquier cosa que deberíamos de predicar sobre ella, está el reclamo mismo de lo que implica personal y comunitariamente. Porque seamos honestos, más allá de alegrarnos por la inmensa cantidad de gente que hemos recibido este pasado miércoles de ceniza en nuestros templos, debería preocuparnos, cuando no asustarnos, porque el domingo siguiente no tenemos esas cantidades de gentes en nuestros templos. Es cierto, que en esto se juega mucho el tema de la libertad personal, de la formación recibida, de las tradiciones familiares, e incluso, de la superstición.

Sin embargo, tenemos que admitir que nuestro testimonio y nuestros procesos evangelizadores, no están siendo lo suficientemente convincentes como para atraer a las personas a que quieran conocer más a su Señor. El nuestro, es un ambiente cada vez más viciado y secularizado. Y aunque eso, representa un reto, también es una oportunidad porque no cabe duda que vivir nuestra fe se está volviendo más difícil, aunque así lo ha sido siempre. No cabe duda pues, que los que queramos atrevernos a vivir esa dicha fe, lo haremos bajo el criterio que no es el ambiente el que nos obliga o nos impulsa, sino nuestras propias convicciones. De hecho, creo que esa es la primera etapa de una legítima conversión personal.

No en balde, desde el inicio de la misma cuaresma, el Señor, nos ha recordado: “el que quiera venirse conmigo”. Debemos insistir que, por encima de cualquier cosa, Dios respeta y respetará nuestra libertad. De ahí que, debemos ser cuidadosos de no abusar de ella. La verdadera libertad la conoce aquel que, sabe de sus límites y aun así, tiene esperanza, de que sus cualidades y capacidades, bien sostenidas y conducidas por el Espíritu de Dios, que es experto en acompañar y sostener a los que se van al desierto, le permitirán encontrarse con la Verdad que es Cristo, y a reorientar su vida.

Todo esto, aplica tanto a nivel personal como a nivel comunitario. No hay verdadera conversión personal si no hay conversión en bien de los demás, de la comunidad. Claro que nos ha llamado la atención y nos ha alegrado muchísimo que muchas de las dependencias del estado, instituciones laicas y centros de estudio, no necesariamente católicos, hayan querido que se celebrase en sus instalaciones el Miércoles de Ceniza. hemos visto a muchos funcionarios presentarse de manera abierta en sus oficinas y en las redes sociales con una cruz de ceniza sobre su frente. Y, sin dudar de su buena fe, quisiera creer que los efectos de la participación en esta celebración con la que hemos iniciado los ejercicios cuaresmales, le lleve a ellos y a todos, a entender que si emprendemos, si comenzamos este camino, es para terminarlo. La conversión del corazón implica, sugiere y obliga a que sus efectos también se manifiesten en los ambientes donde nos desenvolvemos. Lo que pedimos a Dios para nuestro bien, deber ser extensivo y repercutir en nuestro entorno.

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