Palabra de vida |“Y el Rey les dirá…”

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Celebrando hoy el cierre del Año Litúrgico con la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, el texto evangélico de Mt 25, nos refiere una vez más al reino definitivo de Dios. Más de 160 veces aparece en el Nuevo Testamento la expresión “Reino de los cielos” o “Reino de Dios”, que está sin lugar a duda, en el corazón de la predicación de Jesús. Esta imagen nos lleva hacia una sociedad, la oriental, toda marcada por la estructura socio-política monárquica, desde donde la Biblia toma esta imagen representando así el señorío de Dios. Con el Evangelio de este domingo, se señala el desenlace final, por medio del cual aparecerá el Reino definitivo de Dios en su Cristo.

En esta ceremonia ya no aparecen las delegaciones oficiales de nobles y poderosos, y aparecen los justos, los que fueron solidarios con los enfermos, los presos, los hambrientos y los pobres. El cortejo real lo encabezan un cortejo de sencillos, ligados no al poder, sino al amor. En la realidad humana los reyes, los príncipes y jefes, casi nunca llegan a reinar sin antes no hacen morir a alguien; Cristo es el rey que se entrega Él mismo al martirio, para ofrecer de sí mismo la verdadera y genuina riqueza de su Reino, así lo señaló en algún momento a sus discípulos: “Los jefes de las naciones las dominan y los grandes ejercen el poder sobre ellas”, pero en el Reino mío, podría decir Él mismo: “no es así; el que quiera ser grande hágase siervo, y el que quiere ser el primero sea el último de todos” (Mc 10,42-44).

Con esta parábola una vez más Jesús, nuestro Rey, el “Pastor grande de las ovejas y guardián de nuestras almas” (Hb 13,20), nos advierte el destino último que nos espera y nos invita a la elección decisiva para su proyecto de salvación. En efecto, en la tarde de la vida y de la historia, Cristo entra en escena como el rey que desata el ovillo del bien y del mal, que hace brillar el trigo separándolo de la cizaña para quemar, que revela la verdadera oveja de su rebaño alejándola del cabrito, símbolo de la violencia y el orgullo. A las primeras les espera el camino abierto por Cristo hacia su Reino, es decir, de la plena comunión con Él; a los otros queda sólo el silencio de la muerte y las tinieblas.

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