Mateo en el Evangelio de hoy nos propone el considerar una tensión pesada que existía en su iglesia siro-palestina, por la fractura ya dada y evidencia entre la nueva vida cristiana y la antigua vida judía. Fueron pues dos realidades antagónicas y confrontadas. Para ser que un grupo de fieles querían ser sólo apariencia con tinte religioso y el otro más deseoso de vivir la coherencia de la fe en Cristo Jesús.
Estos últimos tenían sentido del pecado y de todo aquello que les podría separar de Dios, los otros en cambio preocupados por los puestos de honor, las reverencias y usos externos de piedad, un sentimiento de grandeza y superioridad en relación a los demás les dominaba. Las palabras cortantes de Jesús se asemejan a los de los profetas, haciendo eco de la denuncia por un culto tan vacío y equivocado que no lleva y conduce a nada, un puro y real engaño en nombre de Dios. Pensemos sólo en la expresión dicha por Jesús el “ensanchar las filacterias”.
El término griego indica de por sí un “contenedor”, un estuche de custodia; en hebreo y arameo, en cambio, se usaba el vocablo “tefillín”, es decir, “oraciones” porque se trataba de un objeto sagrado, destinado al uso litúrgico. Se usaban entonces amarrados al brazo o en la frente, lamentablemente, la pura ejecución ritual había transformado este símbolo en un frío acto religioso extrínseco. Había que lucirlo y que los demás vieran que estaban orando o era gente sumamente religiosa. Naturalmente, toda la espiritualidad se pierde cuando el gesto se convierte en una rúbrica que hay que observar minuciosamente.
Así pues, ante la teología que pretende con su orgullo comprar la salvación a Dios por ritos puramente externos, ilusionada con tener la verdad, superficial y vana, Jesús busca con su mensaje llevar al creyente que vive en la comunidad, a vivir una fe que “hace” lo que “dice”, una plena y total coherencia entre el mensaje fácil a veces de decir, y lo más duro que consiste en el vivir. A nosotros hoy esta Palabra nos invita a buscar una fe sincera, alejándonos de una práctica religiosa heredada de la familia, hecha de gestos convencionales y ritos rutinarios que ya no dicen nada y lo peor, que a veces es parte de un pertenecer a un grupo social determinado. Jesús nos llama a practicar obras de fe, pero desde el corazón, haciendo crecer siempre su reino de amor.