La juventud es una etapa de la vida en la que cuestionar, dudar y desafiar al orden establecido forma parte del proceso de crecer, es el tiempo vital en la que descubrir la propia identidad es fundamental para que paulatinamente ir forjando el modelo de persona que se quiere ser; cuando los jóvenes no encuentran un modelo positivo, congruente, honesto que los motive es probable que terminen rebelándose, cuestionándose e inspirándose en modelos y arquetipos ajenos.
Es preciso que nuestros jóvenes sean rebeldes con causa, pues cuestionar, pensar o actuar por sí mismos son herramientas de la juventud para evitar que vivan sin compromiso, metidos de lleno en el uso masivo de las redes sociales, cada vez más distantes de sus pares, de su entorno familiar y social; alejados de los valores que cada día da la catequesis doméstica, una manera de vivir que evita que hombres y mujeres caigan en un pensamiento adoctrinado por políticas que atentan contra la familia y el plan perfecto de Dios para sus vidas.
El Papa Francisco, desde el primer día de su pontificado ha insistido en la alegría del amor, como un regalo de Dios a los seres humanos, un amor que implica valorarse, respetarse, cuidarse a uno mismo y a los demás aceptándolos con sus cualidades, defectos, actitudes y dones, pero insiste en lo urgente que es que los padres de familia conversen y dialoguen de estos temas con sus hijos, sobre lo que es el amor y la complementariedad de ese amor a través de una relación sexual sin dejarse adoctrinar por ideologías de género, o agendas globalistas.
En uno de sus viajes apostólicos a Estados Unidos a propósito de la renuencia y temor de los jóvenes a casarse, tener hijos y formar una familia, el Papa Francisco expresó “Nos equivocaríamos si pensáramos que esta ‘cultura’ del mundo actual sólo tiene aversión al matrimonio y a la familia, en términos de puro y simple egoísmo. ¿Acaso todos los jóvenes de nuestra época se han vuelto irremediablemente tímidos, débiles, inconsistentes? No caigamos en la trampa. Muchos jóvenes, en medio de esta cultura disuasiva, han interiorizado una especie de miedo inconsciente y no siguen los impulsos más hermosos, más altos y también más necesarios.
Hay muchos que retrasan el matrimonio en espera de unas condiciones de bienestar ideales. En suma, el temor al compromiso, el miedo a no estar a la altura de las desconocidas e inciertas obligaciones futuras, la dificultad para encontrar un empleo estable, para conciliar el trabajo de los dos con los planes de familia, para hallar una vivienda razonable y la sexualidad desenfrenada, se confabulan para retrasar la decisión del matrimonio entre un hombre y una mujer; pues casarse es asumir un compromiso distinto, específico, concreto, que implica un proyecto a largo plazo para el que mucha gente no sabe si está preparada o si será capaz de vivirlo. No es que la gente no esté segura de los sentimientos que alberga hacia su pareja es, más bien, que muchos dudan de estar a la altura, de ahí la importancia de tener una familia de soporte a quien imitar.