Editorial |Nuestra Voz | Llamados a evitar la polarización en nuestro país y familia

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La convivencia ciudadana y familiar pacífica es un valor clave para poder vivir juntos, estableciendo interacciones humanas basadas en el aprecio, el respeto y la tolerancia, en la búsqueda del desarrollo colectivo, en la prevención y atención de conductas de riesgo, en el cuidado de los espacios y bienes colectivos y en la reinserción de los extraviados y alejados.

No debemos olvidar que para que una sociedad familiar o de país pueda convivir armoniosamente se debe garantizar el ejercicio de tres principios éticos básicos “la democracia, la cultura de paz y la inclusión”, entendida esta última como el reconocimiento de la dignidad de las personas, más allá de su cultura, sus valores, su pertenencia a un grupo social o sus diferencias ideológicas; de ahí, que el fomento de la polarización a través de la negación de las condiciones para que todas y todos puedan participar en la sociedad, resulta peligroso ya que el respeto a la pluralidad es parte sustantiva y fundamental de la convivencia en paz y segura.

Para que una sociedad familiar o de país pueda convivir de manera pacífica debe favorecer y generar los espacios para el reconocimiento de esfuerzos, capacidades y logros, atender el cuidado de las necesidades de los otros, promover el trabajo hecho en colaboración, así como el sentido de pertenencia, es decir, que cada individuo sienta alegría al sentirse parte integrante de un grupo. Por otro lado, el valor de la paz que no es solo la ausencia de violencia ni de conflicto, sino que es la construcción comunal que se enriquece con la participación activa de las personas, con su compromiso por vivir una vida de respeto y dignidad y con la corresponsabilidad en el seguimiento de los acuerdos que regulan la vida en común, así como por el manejo eficiente de las diferencias y de los conflictos.

De tal modo, que la convivencia pacífica no sólo busca prevenir los conflictos y evitar la violencia, sino también que cada una de las personas tengan la voluntad para solucionar los problemas que se presenten, que las relaciones interpersonales se restauren, que se limen asperezas y, sobre todo, que los daños causados sean reparados.

Bajo este contexto y escenario, el hecho de que los liderazgos promuevan la resolución pacífica de las diferencias, encuentren puntos de coincidencia y favorezcan el entendimiento entre los integrantes de la comunidad familiar o de país resulta clave para una convivencia tranquila y sosegada, dado que de algún modo los liderazgos inspiran a las personas y funcionan como maestros comunitarios o familiares; pero si los liderazgos alimentan las diferencias entre las personas o grupos, polarizan y fomentan actitudes poco tolerantes, la ciudadanía o los integrantes del grupo familiar también puede reproducir esos comportamientos que no abonan a la convivencia en paz.

De ahí la necesidad de contar con una élite política comprometida y leal con la democracia o con padres proveedores y educadores en valores como la igualdad de derechos y de justicia, decir siempre la verdad, tener coherencia entre lo que se dice, se hace y se piensa y a tener rectitud de intención.

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