Homilía del señor cardenal para el III domingo de Cuaresma

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Todos los hombres y mujeres tienen sed, una sed inmensa que nada ni nadie puede saciar. El ser humanos es un eterno sediento. La sed de la samaritana puede entenderse como la sed de la humanidad, que no encuentra satisfacción ni seguridad en sus ídolos y camina a ciegas de un dios a otro, de un templo a otro. El Evangelio nos presenta a: “Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo”.

Jesús está cansado después de un largo viaje y se sienta. De pronto aparece una mujer desconocida y sin nombre: “Jesús le dice “Dame de beber”. Cuando Jesús le pide a la samaritana de beber no solo está tomando la iniciativa de la relación, sino que se “abaja”, ocupa un lugar más inferior y lo expresa con una petición, en este caso el agua para beber. Pero esta sed no es solo de agua, sino también de acogida y de hospitalidad en una tierra hostil para los judíos. La mujer reacciona: “¿Cómo tú siendo judío?” La mujer se extraña de que un judío se dirija a ella. Se da cuenta enseguida que se encuentra ante un judío.

Lo ha reconocido por el acento o por la forma de vestir…Entre Jesús y aquella mujer samaritana había una tremenda barrera religiosa, y además la barrera de que Él era hombre y ella, mujer. Jesús elimina las barreras, nuestros prejuicios y nuestros muros y se presenta simplemente como un hombre necesitado como todos… Y Jesús le responde: “Si conocieras el Don de Dios”. Si nosotros conociéramos el Don de Dios… Jesús revela a aquella mujer que el verdadero pozo para apagar la sed no es el pozo de Jacob, sino su propio corazón… Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del ser humano, pero conviene evitar las aguas contaminadas.

Es urgente orientar bien nuestra búsqueda, para no caer en el vacío, en la frustración y en el sinsentido. Y la mujer le pone pegas: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo”… Parece que la mujer quiere escaparse de la relación. Es su sistema de defensa que se pone en marcha. Por eso, pone esa excusa; pero mientras no nos dejemos entrar en relación con Dios, no podemos vivir una vida plena. Dios quiere entrar en relación con todos y con cada uno de nosotros y necesitamos dejarle entrar en nosotros. Pero Jesús le dice: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed”; Todos los hombres y mujeres tienen sed, una sed inmensa que nadie puede saciar…La sed simboliza el deseo más profundo de nuestro corazón.

Tenemos sed de “algo más” que de agua. Sed de verdad, de seguridad, de amor, de sentido de la vida. Todos llevamos un gran deseo. Buscamos siempre la manera de satisfacer nuestro deseo. En el fondo lo que tenemos es sed de Infinito… pero nadie ni nada puede llenar de todo este deseo. Y entonces la mujer le dice a Jesús: “Dame de esa agua”. En esta petición, aparece un profundo deseo de Vida. La palabra de Jesús ha tocado un punto sensible de esta mujer. El anhelo, quizá oculto, bajo una pesada losa, permanece vivo, a pesar de todo. Es como si la mujer le dijera: Dame agua viva. Señor, dame esa paz y ese sosiego que busco siempre. Jesús le enfrenta a la realidad: “Anda, llama a tu marido y vuelve”.

El golpe certero de Jesús es cuando le dice: “llama a tu marido”. Y la mujer replica: “No tengo marido…” Y Jesús le contesta: “tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido”… Es una revelación turbadora. Este extranjero al que no había visto nunca, parece conocerla a fondo. Jesús acaba de evocar ante ella el drama de su vida. De repente toda su vida afectiva está desvelada, con sus heridas, sus vacíos, sus frustraciones, sus amores sucesivos, sus esperanzas frustradas. En este momento todas sus defensas se derrumban. El vacío de su vida queda simbolizado en el cántaro.

La mujer sorprendida le dice: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y Ustedes dicen que en Jerusalén” La presencia de este desconocido que ha leído en su corazón, la inquieta, y busca desviar la conversación hacia polémicas religiosas. Y es como si le dijera ¿Dónde hay que adorar a Dios? Jesús le dice: “Ni en este monte ni en Jerusalén… Jesús es el único que conoce el camino hacia el verdadero culto. La mujer intenta evadirse de nuevo y le dice: “Cuando venga el Mesías nos revelará todo…”

Jesús le responde: “Yo soy, el que habla contigo”. Quiere decir que Jesús es la respuesta al deseo profundo de la samaritana y de todos nosotros. El «Yo soy» de Jesús sigue siendo la respuesta más entrañable a nuestra sed, a nuestra fatiga, a nuestra desesperanza sea cual sea nuestro estado personal humano. Hoy nosotros podríamos preguntarnos: ¿Cuál es la sed más profunda de mi vida? ¿En qué pozos busco saciarme? La mujer, “dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: venir a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho”. La mujer, después de este encuentro con Jesús, bruscamente deja caer su cántaro. Este detalle es muy importante, quiere decir que ella deja atrás todo lo que le pesa y le frena en su camino. Ella ya no necesita venir al pozo a sacar agua. Tal vez hoy nosotros podríamos preguntarnos si podríamos dejar caer también nuestro “cántaro” vacío. Nuestra oración de hoy, podría ser: “Señor, dame de esa agua”… Tú, Cristo Resucitado, eres el Agua que nos hace vivir. Danos de esa Agua para que se transforme en nosotros en surtidor de agua viva.

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