Reflexión | Lista de regalos

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

En días recientes fue hecha pública una tierna carta que el pequeño Joseph Ratzinger dirigió al Niño Dios para una Navidad. Sin duda, fue muy edificante leer las prioridades que estaban en aquel joven corazón desde una temprana edad. No cabe duda que los santos siempre nos dan ejemplo. Más allá de la petición realizada que marcaría el camino de su vocación, lo que me llamó poderosamente la atención fue la confianza que aquel niño tenía en que sus oraciones serían escuchadas. En mi caso muy particular, no recuerdo nunca haber escrito una carta ni a san Nicolás ni al Niño Dios.

Seguramente tenía bastante claro que quienes realmente eran los encargados de darme los regalos de la Navidad, eran mis padres. Sin embargo, recuerdo que en un cierto momento, cuando estaba yo muy pequeño escuchando a un sacerdote, se me quedó grabado algo de su homilía cuando nos invitaba a reflexionar que en lugar de pedirle regalos a los reyes magos, a san Nicolás o al mismo niño Jesús lo que debíamos preguntarnos era ¿Qué le íbamos a regalar al señor Jesús?, porque el cumpleañero era Él. No cabe duda, que aquí los papeles se invierten, porque no es un cumpleañero cualquiera.

Porque, aunque suene redundante, dado que cada niño que nace es un don, es un regalo para su familia y para la humanidad, este Niño es realmente especial, es el don más grande que un Padre enamorado de sus hijos podía darnos. Por eso aunque resulte contradictorio, sí es legítimo que podamos dirigir nuestras oraciones y nuestras peticiones al Niño que nace, con la condición de estar dispuestos también nosotros a acercarnos con respeto a este misterio, llevándole nuestras ofrendas, sobre todo, la ofrenda de nuestra vida. Si tuviese la oportunidad de escribirle una cartita al Señor para hacerle mis peticiones, y sin pretender competir con las respuestas que se dan en el Miss Universo, creo que desde el fondo del corazón lo que quisiese para nuestro mundo, para nuestro país, para nuestras comunidades, sería el don de la paz.

Claro está que la paz solo le alcanza a aquellos que están dispuestos a trabajar por ella, a procurarla. La paz, como tantas veces nos lo ha recordado el Papa Francisco, es realmente una obra artesanal: hay que trabajarla con las manos. El don de la paz, siempre ha sido urgente. No sé si lo es más ahora que antes, pero es muy cierto que más allá de la guerra en Ucrania hay muchas guerras camufladas, maquilladas, que están desgarrando nuestro mundo. Cuánto quisiera que pudiésemos ofrecer al niño que nace una sociedad más justa, más equitativa, más fraterna. Por eso más allá de entonar en estos días el “Noche de paz”, quisiera que todos entonásemos un “día de paz”, una “semana de paz”, un “mes de paz”, un “año de paz”. Soñar no cuesta nada. Creer y trabajar por lo que se añora, lo es todo.

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