Homilía del Señor Arzobispo para el domingo XXXIII del tiempo Ordinario

“No quedará piedra sobre piedra, todo será destruido” (Lc 21, 5-19)

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Esta es la respuesta de Jesús a los discípulos que estaban fascinados por la grandiosidad y solidez del templo. En Jerusalén se estaba construyendo el templo con una fastuosidad impropia del momento. Se sabe, por documentos de la época, que la grandiosidad era impresionante y, por otra parte, la penuria económica del pueblo sencillo era tremenda. “Algunos ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos”.

Jesús responde a este comentario de los discípulos sobre la belleza del templo hablando de crisis y de destrucción. Es como si les dijera: esto que se basa en piedras y magnificencia exterior tiene que cambiar: “No quedará piedra sobre piedra”; piedras y magnificencia exterior tiene que cambiar: “No quedará piedra sobre piedra”. (Efectivamente, el año 70 D.C., las legiones romanas bajo las órdenes de Tito destruyeron el templo y la mayor parte de Jerusalén). ¿Qué significan la afirmación de Jesús: “No quedará piedra sobre piedra?” Que el derribo material del templo es la expresión de que un mundo injusto tiene que acabarse para que el Reino de Dios sea posible. Pero este hecho histórico tiene para nosotros un sentido simbólico que se realiza en la experiencia de nuestra vida y de nuestra sociedad…

Toda construcción de nuestra vida fundamentada en “lo exterior”, en la apariencia y en lo superficial se derrumbará. La destrucción del templo y de Jerusalén representa el derrumbamiento de una forma de entender la religión y la vida. También representan nuestras falsas seguridades en las que nos apoyamos y en las que perdemos de vista que nuestra “roca es el Señor”. El es el único punto sólido de nuestra vida.

Para poder construir este mundo nuevo, conviene que del otro mundo y de la otra manera de vivir, “No quede piedra sobre piedra”. “Las grandes potencias de la historia de hoy”, y más en concreto, “Los capitales anónimos” “que esclavizan y amenazan nuestro mundo” caerán… Pero también todo lo que hay de superficialidad en nuestra vida que nos arrastra y domina. “Cuidado con que nadie los engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: Yo soy”. Estas palabras de Jesús son claras y llenas de cariño, Él no quiere que nos equivoquemos de camino. Porque a la muerte de Jesús fue así. Surgieron muchos falsos mesías. Así lo constata el historiador Flavio Josefo. En momentos de crisis, sea cultural, religiosa, económica, política o psicológica, (como los que estamos viviendo) asoma eso que llaman “fiebre mesiánica…”

Se busca la salvación inmediata y lo que da seguridad aparente. De ahí, que, con relativa frecuencia, nos encontremos sacudidos por ofertas engañosas que no aportan una liberación y una felicidad profunda. Ningún “ídolo” debe contaminar nuestro universo interior; de lo contrario, en vez de gozar de una libertad verdadera, volveremos a caer en nuevas formas de esclavitud humillantes. Nuestra vida no se apoya en lo exterior, en la apariencia, en el rol, sino que se apoya en la roca más estable y segura que puede imaginarse: el Señor. Realmente el Señor Resucitado es la piedra que soporta el peso del mundo, el punto más sólido de nuestra condición humana. Él es la roca sobre la que se cimienta nuestra fe y nuestra vida y “su misericordia no tiene fin”. ¿Somos conscientes de ello? “Les perseguirán, entregándolos a las sinagogas y a la cárcel”. Ser fieles al Evangelio no nos será fácil. Como tampoco lo fue para los primeros discípulos a muchos de los cuales mataron como al mismo Jesús.

Toda la tradición evangélica es unánime en afirmar que la fidelidad a Jesús y al Evangelio, trae consigo, a veces, la persecución y las dificultades… Sin embargo, Jesús nos invita a mantener la confianza en toda situación por muy difícil que sea. Por eso dice: “pero ni un cabello de su cabeza perecerá”. Esta afirmación es garantía de que, ocurra lo que ocurra, Dios no nos abandonará nunca, de que tiene poder para orientarlo todo hacia nuestro bien. “Con su perseverancia, salvarán sus almas”.

Es como si Jesús nos dijera: si perseveran conseguirán la vida. El amor vencerá siempre. El mal acabará. Los sistemas injustos pasarán. La intención de Jesús en el Evangelio de este domingo no es que vivamos paralizados por el miedo. Jesús nos invita a enfrentarnos con lucidez y responsabilidad a una historia, larga y difícil y concretamente, se nos subraya una actitud fundamental: la perseverancia. Perseverar es volver al Evangelio constantemente, a la alegría del Evangelio.

Perseverar no es repetir palabras vacías que ya no dicen nada, sino encender nuestra esperanza en una relación personal con Jesús Resucitado presente entre nosotros, Fuente de vida y de alegría. Que hoy nuestra oración puede ser: Señor Jesús, que podamos ser más conscientes de tus palabras: “No quedará piedra sobre piedra”. Pero en ti encontramos la esperanza y la alegría que nos hace vivir.

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