La parábola de este domingo está reflejando claramente que no se trata de una historia de crisis intrafamiliar, sino por el contrario cuenta con lujos de detalles la historia de un “retorno” y el “amoroso recibimiento que da un padre”. No hay mejor contexto tomado por el ingenio de Jesús, que el de la relación de padres e hijos, para explicar el conocido del verbo hebreo shûb, “retornar”, en su sentido profundo de conversión.
Los evangelios utilizan el término griego metanoein, referido más bien al “cambio de mentalidad”, un cambio de ruta, tal y como lo haría un pastor beduino que en marcha por el desierto se da cuenta de estar tomando un sendero que lo aleja en espacio y tiempo de las fuentes de agua, fundamental para la vida de su rebaño. El largo relato de Lucas, nos lleva en primer lugar a la descripción de lo que acontece, el hijo menor se va, pero recapacitando por la mala experiencia vivida, decide volver, se convierte: “Me levantaré y volveré a mi padre”. Tal como lo señala el evangelista, se trata de un acto de verdadera conversión, jugó el joven con su vida y perdió, no solo el dinero de la herencia, sino su dignidad y la confortable vida que poseía en la casa paterna.
El duro exilio voluntario le hizo tocar fondo y es desde esa dura realidad que experimenta, no busca acabar con su vida sino confiar en que su padre le recibirá. Este papá es su única y verdadera esperanza, y no quedará defraudado. En efecto, su padre lo ha esperado desde el primer día que se fue y al verlo venir se hace el servidor de ese hijo suyo que ha regresado en estado de muerte, pero su amor y compasión le devolverá la vida. No hay que olvidar que el hermano mayor, sí le ha cerrado la puerta de la casa y de su corazón y no puede comprender el proceder de su padre.
Esta liturgia queridos lectores, ricamente penitencial y propia de este tiempo cuaresmal, es un fuerte llamado a la conversión y a la penitencia, asociando su sentido de confianza y abandono a la misericordia del Padre Dios, que siempre está dispuesto a perdonarnos y animarnos a suscitar con la fuerza de su Espíritu el deseo de querer volver a sus brazos de Padre. Por eso bien lo señalaron los profetas, este es el tiempo de la misericordia, es el tiempo de la salvación. Es el momento para volver a escuchar esta parábola y permitirle que su efecto salvador en nosotros, nos haga volver a la casa paterna de la que nunca tendríamos que haber salido.