
TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En cada celebración eucarística, la atención suele centrarse en el sacerdote que preside y en la comunidad que participa. Sin embargo, detrás de cada Misa, procesión o adoración, hay manos y corazones discretos que sostienen, cuidan y embellecen la liturgia: son los sacristanes y los Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión, fieles que, sin ser consagrados, dedican su vida al servicio del altar.
Durante este mes de las vocaciones, la Iglesia nos recuerda que el llamado de Dios no se limita a la vida sacerdotal o consagrada. Monseñor José Vicente Nácher, Arzobispo de Tegucigalpa, enfatiza que la Iglesia vive gracias a esos corazones generosos que responden. “El Señor sigue llamando y convocando. Responderle es motivo de alegría para la persona y para la Iglesia”, expresa.
Pero no todos los llamados implican un hábito o un presbiterio. Muchos laicos encuentran su vocación en tareas silenciosas y constantes. Entre ellos están los Ministros Extraordinarios de la Comunión, una figura pastoral que nació para apoyar a los sacerdotes en la distribución de la Eucaristía, especialmente donde la comunidad es numerosa o dispersa. Mario Palacios, miembro del cuerpo de Ministros Extraordinarios de la comunidad Santo Domingo Savio, explica que esta entrega nace del caminar espiritual. “Esta vocación nace del crecimiento espiritual que adquirimos en nuestras parroquias”, comenta convencido de que servir la Eucaristía es una de las tareas más nobles que un laico puede asumir.
Para ser seleccionado en esta vocación, es que la persona debe de tener una vida piadosa orientada a un amor profundo a la Eucaristía, para evidenciar su compromiso de llevar y transmitir el gozo de la resurrección y amor de Dios ante los más necesitados que no pueden llegar por si solos a Él. Otra vocación silenciosa, pero vital, es la de los sacristanes. Son ellos quienes, casi siempre sin ser vistos, mantienen en orden la casa de Dios: encienden velas, preparan ornamentos, lavan, ordenan y cuidan cada detalle antes de que inicie la celebración. Iveny Alba, sacristana y ministra extraordinaria en Santa Bárbara, da testimonio de esta entrega que combina amor y responsabilidad. “Para mí, servir a Jesús es preparar cada detalle con amor, especialmente la Eucaristía, que es el centro de todo” manifiesta.
Para Alba, abrir el templo, preparar el altar, asegurarme de que todo esté limpio y en orden, para que la comunidad pueda entrar dignamente a celebrar la Santa Misa, es una tarea que evangeliza. “Sé que muchas personas vienen con sus propósitos, sus proyectos, sus cargas y alegrías, y los ponen en el altar del Señor. Por eso, mi tarea es que todo esté dispuesto para que podamos encontrarnos con Jesús y celebrar a lo grande, como Él se lo merece”, destaca. En cada parroquia, estos hombres y mujeres representan la Iglesia que cuida y acompaña. Son testimonio vivo de que la vocación de servicio no necesita púlpito ni micrófono, sino un corazón dispuesto. Hoy, más que nunca, la Iglesia necesita de estos obreros silenciosos que, con humildad, hacen posible que el altar esté siempre listo para acoger a quienes buscan a Dios.
La vocación de los sacristanes es una labor que existe desde los primeros siglos del cristianismo. Originalmente, eran responsables no solo del cuidado del templo, sino también de custodiar reliquias, libros sagrados y objetos litúrgicos. Hoy, aunque su rol ha evolucionado, siguen siendo figuras clave en la preparación de las celebraciones religiosas, trabajando con discreción y profunda vocación de servicio.
Los ministros extraordinarios de la comunión llevan el Cuerpo de Cristo. Su labor, muchas veces solitaria, es un acto de profunda entrega y compasión. Son puentes entre la comunidad y los enfermos, recordándoles que no están solos y que la Iglesia camina con ellos.