Siempre causa una profunda alegría ver las peregrinaciones que se acercan en estos días a Suyapa para llegar a saludar a la Patrona de nuestro pueblo. Ahí no hay banderas políticas ni grupitos de egoístas con intereses mezquinos, sino hermanos que, aunque seguramente no piensan igual, si tienen claro que en torno a su Señor y a su Santísima Madre, forman una sola familia. Es realmente reconfortante que, después de tantos golpes que sigue sufriendo nuestra fe, estos hermanos nos demuestran con gestos sencillos su profunda fe y devoción. Nada como volver a casa para recordar que todo lo que atravesamos tiene sentido, cuando todo se ve desde el corazón de Dios. Sin embargo, creo que es imprescindible que no se nos olvide que más allá de las peregrinaciones que hacemos en estos días por la novena y la fiesta de la Virgencita, todo este año, por ser año jubilar, deberíamos proponernos volver a Suyapa o a nuestras catedrales, cuantas veces sea posible. Peregrinar, ponerse en camino, es lo propio de un creyente. Lo nuestro, nuestra fe, no es estática ni acomodada. Todas las religiones tienen elementos y prácticas de peregrinación, pero el catolicismo las tiene con un sentido más profundo porque en el fondo se trata no tanto de ir a buscar algo, o, mejor dicho, a alguien, sino de responder a una llamada. Es Dios quien nos convoca y nos espera. Es Él quien nos impulsa y le da sentido a nuestros pasos. Desde siempre las peregrinaciones han sido vistas como actos de purificación, de reconciliación, de esperanza. Esos elementos siguen estando presentes en nuestro camino hacia la Basílica de Suyapa. No vamos para lograr algo mágico sino para quitarnos de encima lo que nos estorba en nuestro camino hacia la meta definitiva que es el Cielo. Reconocemos que eso no se puede si no nos reconciliamos, si no pedimos perdón, si no nos convertimos. Caminar hacia un destino nos da la oportunidad de pensar, de madurar ideas y proyectos, de decidir. Por eso, debe resultarnos muy importante el que nos encaminemos bien, que nos tomemos en serio nuestra fe y nuestra devoción mariana. Que nuestra movilización en estos días, y en los meses siguientes, tenga el carácter de aquella marcha por el desierto hacia el Sinaí, que hizo el pueblo de Israel para escuchar la voz de Dios, para conocer su Ley. Que igualmente tenga el sentido de aquellas peregrinaciones penitenciales que por siglos la Iglesia promovió hacia Santiago de Compostela o Roma. Sería ideal que también se promoviera una especie de camino “suyapiano”, como el de Santiago, para que nos atrevamos a darnos el tiempo de encaminarnos hacia Suyapa y no a hacer las cosas a la carrera. Peregrinos de esperanza, llenos de esperanza y construyendo esperanza.