Estando a una semana que termine esta segunda sesión del Sínodo de la Iglesia, una vez más queda probado que el desinterés de algunos, la ignorancia de muchos y sobre todo, la mala fe de los que les estorba todo lo que el Papa promueve, toma partido al no darle importancia a lo que la Iglesia, no los obispos, no los padres y madres sinodales, está haciendo.

Por una gracia muy especial de Dios, he tenido la oportunidad de estar estos días en Roma. Siempre volver a la Ciudad Eterna es muchísimo más que comer pizza y buena pasta. Es estar en casa. Es saber que por más que los vientos soplen y que a los turistas les importe menos lo que pasa, estamos en el mundo como un faro que debe seguir iluminando este mundo con la esperanza que no defrauda y que está en Cristo.

Los que siguen un poco más esta columna, saben bien que tengo una particular debilidad, llamémosle así, por los santos, por las canonizaciones.

He venido a “pagar una manda”. Me había prometido a mí mismo, más que prometerle a ella, Santa María Leonia Paridis, que acudiría a su canonización. ¡Sinceramente no tenía ni la más mínima idea de cómo iba la causa!

Esta canonización, la de los Mártires de Damasco, del Padre Giuseppe Alamano, Elena Guerra y Madre Leonia es la muestra de que la Iglesia es tan diversa en su santidad y en su belleza que no hay nada que se le compare.

Los mártires son siempre un reclamo especial a nuestra fidelidad a Cristo. Estar dispuestos a dar la vida por Él debería ser la razón de nuestra vida. Nada debería interponerse en nuestro deseo de darlo todo por Él.

Elena Guerra resume bien el sentido de que la santidad es un asunto del Espíritu Santo y que ese suspiro sopla donde quiere y como quiere. Su vida y los riesgos que tomó han dado paso al surgimiento de los movimientos apostólicos, sobre todo de la Renovación Carismática.

Giuseppe Alamano fue un sacerdote que se entregó al cuidado, al consuelo, de los más pobres de los pobres, de los enfermos. Una parte de la Iglesia que olvidamos muy fácilmente.

Madre Leonia es la más pequeña de todos los actuales santos. Seguramente no atraerá muchos peregrinos a la Roma de los Mártires y Santos, pero su consagración a Cristo Sacerdote nos recordará que ser el último siempre tiene su valor.

Ellos representan la Sinodalidad. Ellos son modelos de lo que la Iglesia de este cambio de época necesita.

Ellos dialogaron con el mundo de su tiempo y por eso hoy hablan cara a cara con el Señor.

Siempre hay mucho que tenemos que aprender.

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