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El día de mi ordenación sacerdotal, mi abuela paterna me hizo un comentario que hasta el día de hoy me sigue acompañando: un sacerdote debe entender que si enchuta pierde y si no, también. Me reí mucho de la ocurrencia de mi abuela, pero después de casi 28 años de ministerio, le doy más absoluta razón. Ahora bien, yo soy un simple sacerdote.
Lo mío no llega ni remotamente a ser lo que tienen que enfrentar los obispos y, sobre todo, el Papa. Mis errores o mis aciertos, que alguna vez los habré tenido, afectan y hacen reaccionar a un número reducido de personas. Gracias a Dios. Sin embargo, las decisiones y las palabras de un obispo, o del Santo Padre, afectan y repercuten de manera mucho más extensa. Esta semana, Papa Francisco, tomó una decisión muy pero muy valiente.
Escribirles una carta directa a los obispos de Estados Unidos. Es una carta bella, con un lenguaje conciliador, lleno de gratitud y marcado por el firme propósito pastoral de empujar una preocupación que ha estado desde siempre, en el corazón del Papa. Quien lee la carta, no quien se deja conducir por los mil y un comentarios que pululan por todas partes y que presentan opiniones sesgadas y reducidas, se topará con un equilibrio que sólo lo puede dar el evangelio vivido, no solo predicado y mucho menos, supuesto.
Lo he dicho en otras ocasiones y lo sigo sosteniendo, es increíble la cantidad de acusaciones falsas que se vierten contra el Papa. No es que el Papa tenga “mala prensa” sino que sencillamente hay quien se ha dedicado a atacarle por fórmula y colocado desde una visión parcial de la realidad. Las agendas de los grupos dentro y fuera de la Iglesia, han chocado con el ejemplo de un Papa que no sabe de medias tintas y acomodos.
Como el Papa, según el prisma con el que se quiera ver, es masón, ateo, comunista, encubre-criminales, propulsor de la Agenda 2030, hereje, anticristo y no sé qué locuras más, pues entonces es necesario que los que nos decimos católicos al menos tengamos la decencia de no suponer, o leer solo a aquellos que no se atreven a vivir el evangelio, o lo manipulan.
Volviendo a la carta a los obispos de Estados Unidos, tengo que reconocer que me ha gustado mucho. No le está dando la razón a nadie, porque no es la intención del documento. No ataca al presidente Trump, sino que incluso reconoce el legítimo derecho que tiene todo país a protegerse de criminales y proteger sus fronteras. No habla de fronteras abiertas desde el punto de vista político como lo han querido hacer decir.
Lo que sí hace, es recordar que el evangelio tiene consecuencias y que la dignidad de la persona nunca debe perderse. Criminalizar al que migra por necesidad es injusto y habrá que encontrar siempre el camino para evitar que esto ocurra desde los lugares de origen antes que en los lugares de destino.