Ha pasado ya una semana desde que el santo Padre tuvo a bien regalarnos ese documento tan hermoso que comencé ya, desde la semana pasada, a comentarles: la Dilexit nos. Vuelvo a repasar sus párrafos y me doy cuenta que la profundidad y el corazón que ha puesto el santo padre en esta encíclica, es toda una catequesis que no podemos desaprovechar y que, sin duda, sobre todo para aquellos que no están dedicados a señalar al Papa por cualquier cosa que se les ocurra no suena bien, según los intereses que persiguen en su visión reducida de lo que es la Iglesia, es una carta magna de su pontifica do.
Es cierto, que también esta semana, al haber concluido el Sínodo de los obispos en su XVI Asamblea, hemos recibido un documento, que, aunque en el momento que escribo estas líneas, todavía no conoce su versión oficial en español, dará muchísimo que hablar en los meses y años por venir. Realmente se nos presenta un proyecto muy amplio y muy comprometedor, sobre el cual habrá que volver muchas veces. Volviendo a la Dilexit nos, me ha quedado dando vueltas en la cabeza esa idea tan evidente, pero poco seguida, que el Papa nos plantea cuando afirma que: “Se podría decir que, en último término, yo soy mi corazón, porque es lo que me distingue, me configura en mi identidad espiritual y me pone en comunión con las demás personas”.
Ese “yo soy mi corazón” apunta en una doble vía, no en un doble sentido, a redescubrir el Corazón de Cristo como lo que Él es, fundamentalmente. Podríamos incluso llegar a decir que Cristo es todo Corazón. La otra vía de reflexión a partir de esa frase del Papa, debería llevarnos a un auto análisis en el que debemos cuestionar ¿qué nos está definiendo? En dónde que la idea de que nuestro corazón debe constituirse a partir de lo que encuentra en el Corazón de Jesús. De esa “corazonada” depende la fluidez y madurez de nuestro corazón. Todo depende de eso.
Nuestras relaciones deben estar modeladas según el Corazón de Cristo. Ante nuestros corazones tan frágiles y quebrados, se responde, no con la lógica de este mundo, sino con la lógica de la esperanza que no deja de apuntar a procesos integradores, a saber, unir los pedazos quebrados de nuestra alma. Disfruto mucho la insistencia del Papa de recordarnos que la inteligencia artificial, que tanto está permeando nuestras relaciones y la manera como nos acercamos al conocimiento en general, debe ser superada por un algoritmo que no es tecnológico sino por aquel que tiene corazón. Mejor dicho, aún, que es corazón. Por lo limitado de este espacio, quiero quedarme hoy y compartirles otra de las situaciones que el papá nos presenta y que para mí tiene un sentido absoluto: para que el mundo cambie, para que el mundo realmente cambie debe hacerlo desde el corazón. Ese es nuestro reto. Cambiar desde el corazón para que el mundo cambie, de corazón.