Al tesoro, es decir, en aquella área del templo de Jerusalén que tenía una habitación llamada del “tesoro” que en el exterior tenía como “cuernos”, dentro de los cuales se hacían deslizar las monedas de las ofrendas. Se sabe que un sacerdote estaba encargado de recibir las ofrendas que caían en ellos. Nos podemos imaginar la “santa” competencia de desprendimiento que hacían los ricos, haciendo sonar las monedas y esperando el aplauso y la admiración de los presentes. Cosa contraria sucedía con los pobres cuya ofrenda era silenciosa y casi escondida. Es el caso que Jesús hoy alaba de la pobre y silenciosa viuda, que quiere hasta pasar desapercibida, ella solo tiene dos leptá, en griego “moneditas”, cuyo valor el evangelista Marcos lo compara, para uso de sus lectores romanos, con el “cuadrante”. Se trata de una cifra irrisoria que manifiesta la amarga pobreza de la mujer. Su donación al templo, se convierte en emblema de total generosidad porque hubiera podido conservar por lo menos una de las dos monedas. De aquí que Jesús exalte tan maravilloso gesto y lo presenta como el verdadero modelo a imitar.
Ante una religiosidad basada el prestigio humano al hacer público las ofrendas ofrecidas al templo, aparece la espiritualidad humilde, sencilla y coherente de los pobres, como esta viuda. Desde el punto de vista económico, dos leptá son una cantidad irrisoria respecto a las abundantes contribuciones que seguramente daban los ricos; pero desde el punto de vista religioso esas moneditas dadas con el corazón y con total privación, son el signo de un amor total a Dios, convirtiéndose ante sus ojos, como el más valioso tesoro ofrecido en su templo, ya que ella le dio como lo señala Jesús: “Todo lo que tenía para vivir”. A Cristo Rey cuya fiesta nos preparamos a celebrar, solo podemos ofrecerle no la cantidad de las cosas que poseemos, sino y sobre todo la calidad de cómo las ofrecemos. La actitud de la viuda hoy nos sirva de ejemplo.