Palabra de vida | “Celebremos una fiesta”

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Que gran sentido tiene “Celebremos una fiesta” en Domingo cuaresmal, porque al ser nuestra pascua semanal, celebramos la fiesta de la reconciliación, la vuelta a casa. Y, lo celebramos con un clásico de la literatura evangélica el relato en parábola del así conocido “Hijo pródigo”. Pieza maestra de la enseñanza de Jesús sobre la realidad del amor del Padre Dios y de todos sus hijos en este mundo. En su centro temático la parábola muestra la historia de un “retorno” y no la historia de una crisis sin remedio de un drama interior. El conocido verbo bíblico de la conversión –el hebreo shûb, “retornar”, que en los evangelios se vuelve el griego metanoein, “cambiar de mentalidad” – indica precisamente un cambio de ruta, como hace el pastor beduino que en el desierto se da cuenta de seguir una ruta que lo aleja del agua, del oasis. O como el barco que está perdido por no seguir las indicaciones de su mapa. Lo maravilloso del relato radica en la “decisión” del joven hijo que se había extraviado por caminos disolutos y malsanos lejos de la casa paterna: “Me levantaré y volveré a mi padre”. Y, junto a esta actitud de conversión del hijo menor, la extraordinaria actitud del padre: “cuando todavía estaba lejos el padre lo vio y conmovido corrió a su encuentro, se le echó al cuello y lo besó”. Como dicen sus primeras palabras de saludo al hijo, se trata de una muerte que se transforma en vida, en un descarrío que se vuelve en un hallazgo alegre. Aunque el volver nunca es fácil, no hay que olvidar que toda conversión conlleva la certeza de nunca estar abandonados, solos, de no correr el riesgo de encontrar al final una puerta cerrada o un padre que es sólo juez implacable y sin misericordia. Tal mensaje para este domingo, inicio de la cuarta semana de cuaresma, nos invita a ver a Dios que a nosotros nos espera tras haber vagado como ovejas descarriadas y Él que es el personaje principal de la parábola, se revela como el padre que Protagoniza la historia de un amor jamás roto o apagado. El padre que esperó al hijo contra toda esperanza al final lo vio venir. Al igual, el hijo en medio de su pecado tuvo la llama de la esperanza encendida, al haber comprendido que el amor de su padre, era más grande que su más negra y triste realidad de hijo malagradecido y perdido.

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