Obispos de Honduras hacen un llamado a la paz y a la justicia

Los líderes de la Iglesia hondureña, basaron este mensaje en lo siguiente: Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espiritu Santo. - Romanos 15,13.

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Este día, se ha leído, por parte del Padre Juan Ángel López, portavoz de la Conferencia Episcopal de Honduras (C.E.H.), un mensaje de los obispos que la conforman, en el que tocan varios temas, pero centrados en la esperanza, la justicia social y el sínodo de la sinodalidad. A su vez, también comienzan a reforzar que estamos camino al año jubilar en 2025.

El Padre Juan Ángel López, dio lectura a este mensaje de los obispos hondureños.

La misiva arranca diciendo: “Los Obispos de la Conferencia Episcopal de Honduras (C.E.H.), al concluir los trabajos de la Asamblea Plenaria, les saludamos en la paz del Señor y les compartimos dos grandes acontecimientos eclesiales: el Sínodo sobre la Sinodalidad y el Año Jubilar 2025. El Sínodo sobre la Sinodalidad, recientemente clausurado, nos ha abierto la mente y el corazón para caminar juntos. Un camino, además, “ancho”, abierto a todos, especialmente a los que más lo necesitan: los pobres, los excluidos, los marginados. Como a buenos creyentes, nos tiene que tocar fuerte ese llamado especial para los que socialmente no cuentan; y no sólo lo debemos hacer en el nivel de la limosna, sino en el nivel de la justicia social. Del corazón de nuestra Iglesia en Honduras tiene que brotar un especial llamado a quienes en la vida social, política y económica tienen la responsabilidad de hacer una Honduras para todos”.

Por otra parte hacen un llamado a poder ser parte del sínodo al decir “en la “participación” que nos pide el Sínodo, hay un campo en el que nuestro laicado debería ser de “primera fila”, sobre todo aquellos que han sentido y siguen una vocación política. Pero, en general, todos los creyentes somos “en Jesús, como Iglesia, para el mundo”. El Santo Padre, en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, nos comparte una constatación que debemos tener muy en cuenta: “Si bien se percibe una mayor participación de muchos laicos en los ministerios laicales, este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico. Esa participación se limita, muchas veces, a las tareas dentro de la Iglesia, sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad” (n. 102).

Es muy necesario que tengamos esta amplitud de misión de la Iglesia, para que el Sínodo no se nos quede sólo “hacia adentro”. El mismo Jesús nos mandó ser “la sal de la tierra” (Mt 5,13), justamente para llevar el “sabor” del Evangelio a todo este inmenso campo que es la realidad del día a día de nuestro país. En este sentido, el Sinodo no acaba en la “participación y la comunión”, sino que desemboca en la Misión. Y la misión tiene una dimensión transformadora sin la que no sería misión, sino una especie de propaganda religiosa.

El Sínodo nos ha dejado abierto un camino “ancho”, para recorrerlo “juntos” y con una vivencia de “inclusión”. Ser “incluyentes” no significa sólo admitir al que venga, significa también “salir” para que, desde la realidad, a veces dura, de la vida, y asumiendo su transformación como tarea, podamos recorrer ese camino ancho no sólo con “los de siempre”, sino con tanta gente que tiene los mismos ideales y quieren recorrer el mismo camino. El Sínodo nos debe dejar a todos un “alma misionera”, no para hacer “proselitismo”, sino para “salir”, viviendo de tal manera los valores del Evangelio que sea la alegría de una fe compartida la que suscite un camino “ancho”, lleno, abierto y atrayente, para tantas gentes de nuestro pueblo que quieren una Honduras mejor. No queremos quedarnos en el salero.

Queremos dar un nuevo sabor al caldo de la vida de cada día, sobre todo para aquellos que viven su existencia sin ningún tipo de sabor.
El segundo acontecimiento eclesial es el Año Jubilar 2025, teniendo en cuenta que se trata de un jubileo “ordinario”. Este Año Jubilar lo inaugurará el Papa Francisco en la Basílica San Pedro el 24 de diciembre del 2024. Y, pocos días después, el 29 de diciembre, hará coincidir la inauguración “diocesana” en Roma, en la Basílica San Juan de Letrán, con la inauguración en todas las diócesis del mundo, también el 29 de diciembre del 2024.

Júbilo

“El Jubileo es, ante todo, un “año de gracia”. No quiere decir que la gracia esté limitada a un año. Pero sí que es un año para hacernos a todos más conscientes de que si le falta la gracia, a nuestra vida le falta algo importante: su verdadero sentido. Y es, por eso, el Jubileo un tiempo especial de misericordia y perdón, para poder llegar de nuevo a nuestras mismas raíces. Porque según sean las raíces así son los frutos, así nos lo dijo Jesús: “por los frutos conocerán al árbol” (Lc 6,44). Esto nos sirve de advertencia: El Jubileo no se nos puede quedar en “actos”, está llamado a cambiar “actitudes”. Tomándolo en serio se trataría de una especie de Ejercicios Espirituales de un año, para ser hombres y mujeres más esperanzados y creadores de esperanza”, señalan.

Por otra parte recuerdan que “el Año Jubilar nos anima a vivir una dimensión misionera, que nos hace sentirnos muy dentro del espíritu sinodal: que la esperanza cristiana pueda llegar a todas las personas, como mensaje del amor de Dios que es para todos. Y que la Iglesia sea testigo fiel de este anuncio en todas las partes del mundo. Esta apertura misionera de una esperanza para todos nos previene de considerar el Jubileo como un año de gracia “sólo para mí”. El Papa quiere que seamos misioneros y misioneras de la esperanza en un mundo que tanto la necesita”, y añaden que “porque, además de la esperanza que nos viene de Dios tenemos que colaborar a que la esperanza nos ayude a interpretar la realidad presente. La esperanza como don se nos convierte en esperanza como tarea. Y de ahí el compromiso que nos recuerda el Papa de estar “todos llamados a hacer un mundo mejor”. Un mundo más “esperanzado y esperanzador”. Sobre todo, para aquellos a quienes nosotros mismos, con nuestros egoísmos y ruindades, les hemos robado la esperanza: que las armas callen y dejen de causar destrucción y muerte, que el Jubileo nos recuerde que “cuantos se hacen constructores de paz serán llamados hijos de Dios”. Es urgente, por tanto, de que se lleven a cabo proyectos concretos de paz y se construyan con valentía y creatividad espacios de negociación en el País para una paz verdadera”.

Viviremos así un Jubileo anclado en un mensaje caracterizado por la esperanza que no defrauda: la esperanza de Dios. Que el Jubileo del 2025 haga que nuestro testimonio creyente pueda ser en el mundo levadura de auténtica esperanza, anuncio de cielos nuevos y tierra nueva (cf. 2 P 3,13), donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos.

Hagamos de nuestra esperanza una esperanza contagiosa. Su fundamento no puede ser más fuerte: la confianza y el apoyo que tenemos siempre en el Señor y que va más allá de nuestra vida terrena: nos abre las puertas de una vida eterna en el gozo del Señor. Que nuestro Señor Jesucristo y María, Madre de la Esperanza, nos acompañen en todo el camino que, juntos, estamos llamados a hacer y estamos dispuestos a hacerlo, incluyendo en él a quienes más necesitan de nuestro apoyo y de nuestro abrazo, para no sentirse dejados al borde del camino. Con el Papa Francisco, quisiéramos también gritar: “Todos peregrinos de la esperanza”.

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