Mensaje de Cuaresma Arquidiócesis de Tegucigalpa 2025 “Por una Cuaresma sin prisas” (2 Pe 3, 15-16)

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En el marco del comienzo cercano del tiempo de Cuaresma, el Arzobispo de Tegucigalpa, Monseñor José Vicente Nácher, ha enviado un importante mensaje para vivir estos días de gracia y conversión, siempre con esperanza y no olvidando que estamos en un año jubilar, en el que se nos invita llevar luz a todos los que se sienten mal o abandonados. A continuación les dejamos toda esta misiva escrita por el prelado.

Vivimos tiempos acelerados, muchas veces sin saber a dónde vamos. En éstos “tiempos virtuales”, “las prisas” se han acelerado hasta el punto de querer vivir una pretendida inmediatez. El aquí y ahora de la tecnología se erige como supuesto paradigma de la realidad humana, lo cual es profundamente falso. Pero esto no es algo nuevo, de hecho, las prisas fueron introducidas en el mundo por la serpiente, “el más astuto de los animales del campo”, que invitó a comer del árbol prohibido, con una falsa promesa: “serán como dioses”, “ustedes decidirán qué está bien y qué está mal”. Ahí radica el pecado y con él la muerte eterna, en prescindir de Dios para elaborar nuestro propio interés. En esta lógica engañosa no tenemos tiempo para esperar en la Promesa de Dios y creer en su Palabra. Al pecador la paciencia de Dios le resulta insoportable, sin darse cuenta de que solo en ella está su salvación (2 Pe3,16). Si el pecado va unido a las prisas de los hombres, la salvación en cambio está muy relacionada con la paciencia de Dios. La muerte llega por el deseo de una satisfacción personal, mientras que la Vida surge de la confianza en Dios, de esperar en Él. No tener prisa y saborear el camino cuaresmal, porque, como nos dice el apóstol Pedro necesitamos vivir “esperando y apresurando la venida del día de Dios”: 2 Pe 3, 12, cuya “paciencia con ustedes es para su salvación”: 2 Pe 3, 15, puesto que lo que esperamos es “un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habitará la justicia”: 2 Pe 3, 13. Primera gran enseñanza: esta Cuaresma nos conviene “ir despacio”. En este Jubileo no habrá Esperanza si vamos tan aprisa que no la oramos, no le damos tiempo para interiorizarla, no la compartimos (la Esperanza). El peregrino camina, no corre. El peregrino se detiene en los cruces, saluda a los que encuentra, cuenta cuál es su destino. El rostro del peregrino refleja luz y transmite esperanza. Podríamos decir que vive de la esperanza de alcanzar su meta, su destino. Segunda gran enseñanza: en un mundo herido y confrontado, la Esperanza del perdón mueve al hijo perdido a retornar a la casa del Padre. Esa misma esperanza es la que anima el desierto de sanación cuaresmal fundamentado en la paciencia de Dios, que aguarda la conversión del pecador. De hecho, perdón y sanación para el penitente van íntimamente unidos, ambos se fundamentan en el amor del Padre que quiere que no pequemos, pero que, si pecamos, ofrece quién nos perdone (1Jn2,1). Nada hay tan confortante como el amor, y nada tan restaurador como la expresión misericordiosa de ese amor que nos abraza y perdona. Vayamos despacio para no pasar de largo frente al amor divino, frente a su misericordia y su perdón. Porque ese mismo amor de Cristo se vuelve exigente precisamente cuando meditamos el sentido de su muerte: “Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos murieron” (2 Cor 5, 14). En este año jubilar, invitados a ser “Peregrinos de la Esperanza”, la Cuaresma sea un tiempo de buscar el perdón con sinceridad y de ofrecerlo con generosidad. Recordamos con ello la primera de las prioridades pastorales arquidiocesanas para este año 2025, el perdón, conscientes de que la alegría en la existencia está muy vinculada al encuentro humano y éste al perdón. Resumiendo: en este tiempo cuaresmal les invito a ir despacio. – En un mundo de prisas, tomemos tiempo para intensificar nuestra oración como diálogo silencioso con Dios. – En el ambiente del “consumir para ser”, vayamos despacio para ayunar de los varios alimentos del cuerpo, ayudándonos al autodominio y la templanza. Unamos el ayuno y la oración en un “tiempo de encuentro interior” que nos permita ver más allá de una pantalla. – Al mismo tiempo, un tiempo de “otros encuentros”, o “encuentros con los otros”, especialmente los más pobres. Muchas veces, nuestro tiempo es la mejor limosna, y poco valor tendrá ésta si vamos aprisa. Esta Cuaresma, vayamos despacio, porque solo en la calma encontraremos el espacio que necesitamos para la oración, el ayuno y la limosna. Y así mismo, en estas prácticas cuaresmales es donde aprenderemos a “caminar sin prisas”. En definitiva, la cuaresma es el camino hacia el Triduo Pascual en el que Jesucristo muere en la Cruz por nuestros pecados, es sepultado y al tercer día resucita. Esa es nuestra Esperanza, caminemos sin prisas hacia la Pascua.

+José Vicente Nácher Tatay, CM Arzobispo de Tegucigalpa

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