El Señor nos ha dicho en el Deuteronomio: “lo que yo te pido no excede tus fuerzas ni es inalcanzable”. ¿Somos de los que piensan que ser buen cristiano es un reto imposible? Muchas veces no iniciamos grandes proyectos porque creemos que no los vamos a alcanzar. De hecho, sí afrontamos muchos retos, pero la mayoría con rumbo o motivación errónea. Posiblemente la clave está en elegir bien dónde poner nuestro empeño… y para ello dejémonos guiar por su Palabra, dejemos sorprender por Dios.
No lo dudemos, si es su voluntad, es buena y es posible, por tanto, busquémosla con todas nuestras fuerzas. La carta a los Colosenses nos enseña que la imagen visible de Dios es Jesucristo, y que Él es anterior a todo, por tanto, más profundo y verdadero que todo lo demás. Y no solo eso, Cristo es el fin en el que todas las cosas serán reconciliadas, es decir, armonizadas con las otras realidades y todas puestas en su lugar para dar gloria a Dios.
Lo cual, podemos decir, es también un resumen de nuestra vida precedida por Cristo y destinada a vivir con Él y para Él. Les invito a que nos llevemos de la Misa esta decisión en nuestro corazón agradecido: querer más a Cristo y su Santa Voluntad. O sea, amar su designio y rechazar todo lo que sea contrario. Si así lo hacemos, cuánto se simplifica el camino hacia nuestro prójimo. Y si nos detenemos ante nuestro prójimo herido, cuánto se fortalece nuestro seguimiento de Jesucristo, el Buen Samaritano. La clave de la vida cristiana está en una divinidad que busca esperando y en una humanidad que espera buscando.
Un Dios que nos aguarda en los pequeños y necesitados, una persona humana que busca amar con un corazón desinteresado, como el de Dios. “Haz tú lo mismo”, no significa un activismo social, sino un actuar que exprese la fraternidad -universal y local- como signo de un mundo nuevo. Permítanme insistir en un pequeño detalle: “Lo montó en su propia cabalgadura”. No es un hecho menor, el que tenía comodidad y seguridad, renuncia a ello, porque el prójimo lo necesita más que él. Un mundo de descartes e inequidades no es el proyecto querido por Dios. Jamás el bien de unos pocos, olvidando el de muchos, será el camino para heredar la vida eterna.
“Heredar”, es acertadamente la palabra usada por el maestro de la ley, porque la vida plena y por siempre en Dios, no es una compra ni una construcción propia, es siempre un don recibido y confiado a sus hijos por el Padre. Ese es el marco para entender todo lo demás: Dios Padre nos ama incondicionalmente y quiere hacernos partícipes de sus bienes. A partir de ahí, hay una maravillosa oferta de amor que pide ser recibido, vivido y compartido. En definitiva, ser cristiano, es un sorprendente encuentro con Cristo, que nos espera dónde menos lo pensamos, para que nuestras obras muestren dónde está nuestro corazón. Con Cristo, “practicar la misericordia” es necesario y es posible.